Después de meses de tensiones comerciales y políticas convertidas en una espiral arancelaria desatada hasta acabar rozando una situación de embargo de facto, los negociadores de Washington y Beijing han logrado un pacto sorprendente por su celeridad y alcance. El acuerdo para reducir drásticamente durante 90 días los aranceles generales —del 145 % al 30 % en el caso de Estados Unidos y del 125 % al 10 % en el caso de China— supone un esperanzador cambio de rumbo en la relación comercial más importante del mundo. Viene acompañado de un compromiso para mantener las negociaciones, establecer un mecanismo de consultas regulares y reconsiderar otras medidas represivas, como los controles a la exportación de tierras raras y las sanciones a empresas.
Una mesa de negociación inevitable
Las causas y motivaciones que han llevado a alcanzar un acuerdo rápido y amplio y apostar por la reapertura del diálogo confluyen en una conclusión compartida: la guerra comercial resulta costosa, improductiva y peligrosa.
Estados Unidos se enfrenta a una compleja coyuntura económica doméstica, con una persistente inflación superior al 3 %, un creciente déficit fiscal y presiones sobre el consumo. La Casa Blanca se ve empujada por sus propias acciones hacia un enfoque más pragmático que los injustificables e irracionales aranceles, causantes de descontento entre consumidores y empresas, cuyos bolsillos y competitividad se han visto seriamente amenazados.
Por su parte, y pese a experimentar un crecimiento sostenido de su producto interior bruto de un 5,4% en el primer trimestre de 2025, China tampoco desea renunciar al mercado estadounidense y es consciente de que la estabilización de las relaciones comerciales permite continuar con un desarrollo sólido y sostenible.
El acuerdo es, en definitiva, un reconocimiento implícito de que es imposible ignorar ni sustituir la interdependencia económica entre las dos potencias, que representan juntas alrededor del 43 % del PIB mundial y casi la mitad de la producción manufacturera global. Una desvinculación total no solo se antoja inviable, sino que sería calamitosa en la situación internacional actual, con efectos de incierto alcance.
Un mensaje para el mundo
En un escenario global marcado por la incertidumbre geopolítica, los conflictos bélicos, una coyuntura económica frágil y tambaleante, y a merced de los desafíos tecnológicos y climáticos, el acuerdo envía un mensaje claro y tranquilizador a la comunidad internacional. Lo anunciado en Ginebra no solo alivia temporalmente las tensiones entre las dos mayores economías del mundo, sino que también estabiliza de cierta manera las expectativas de Gobiernos, empresas y consumidores en todo el planeta.
Como ejemplo, la Unión Europea, temerosa desde el inicio de la guerra comercial de que un alud de exportaciones chinas desviadas por los aranceles acabase sepultando el mercado comunitario y aniquilando un tejido industrial comunitario que lucha por su supervivencia. La tregua comercial ofrece un valioso margen de maniobra, y un alivio también para muchos países emergentes, atrapados en la tormenta. Pueden ahora hallar cobijo en un panorama más estable, donde prevalezca la cooperación y no la alineación. Los mercados financieros también han recibido, valga la expresión, como agua de mayo, las noticias desde Suiza, recuperando en parte los restos del naufragio de abril. La brisa se ha propagado hasta los organismos internacionales, manifestándose en la revisión de las perspectivas de crecimiento económico.
Para China, el acuerdo refleja su compromiso con un orden internacional basado en reglas y cooperación mutua. Desde el inicio de los rifirrafes comerciales, Beijing ha optado por alejarse de actitudes de confrontación, haciendo gala de un enfoque firme, pero constructivo: salvaguardar la estabilidad del comercio mundial, oponerse a medidas unilaterales y abogar por el multilateralismo como base de la gobernanza económica global.
Bases para mirar hacia un futuro esperanzador
El acuerdo de Ginebra también sienta los cimientos para algo a todas luces más ambicioso: la posibilidad de un nuevo marco estructural de cooperación económica. Entre sus objetivos figuran la revisión de subsidios industriales, la protección de la propiedad intelectual, el comercio digital y la gestión de productos estratégicos como semiconductores y tierras raras.
Sería deseable que, con lo logrado en tierras suizas, Washington y Beijing estén señalando finalmente una voluntad compartida de avanzar hacia una relación más equilibrada y predecible, que fortalezca la estabilidad del comercio global y construya una estructura bilateral basada en la cooperación estratégica. La comunidad internacional está expectante ante una oportunidad histórica para restaurar la confianza mutua, algo que, probablemente lleve más tiempo que el que delimita este breve pero esperanzador periodo de 90 días.