¿Es inevitable la guerra de EE UU contra China?

Sí, es inevitable. Y lo es porque, de hecho, la guerra ya ha comenzado.

Esta guerra no se libra en campos de batalla convencionales, sino que adopta la forma de una guerra híbrida, una forma de conflicto propia del siglo XXI. Sus primeros pasos se remontan al «giro hacia Asia-Pacífico» promovido por la administración Obama y su política de contención de China. Continuó con los aranceles impuestos durante el primer mandato de Donald Trump, se intensificó con las sanciones bajo la presidencia de Joe Biden, y se mantiene en la actualidad con la nueva ola arancelaria del segundo mandato de Trump.

Para comprender lo que está ocurriendo —y por qué Estados Unidos está provocando esta guerra híbrida contra China— es necesario considerar tres factores clave:

1. La energía como raíz profunda del conflicto

Por debajo de factores políticos, económicos, sociales o culturales, subyace una causa estructural: la energía. El mundo se mueve gracias a ella, y las fuentes energéticas (fósiles, renovables, uranio) y minerales estratégicos son cada vez más escasos y costosos de obtener, tanto en términos económicos como energéticos.

Esta escasez genera una lucha global por el control de los recursos. Para seguir siendo la potencia hegemónica, Estados Unidos necesita asegurarse ese control… y negárselo a sus competidores. De ahí surgen las guerras de recursos, que ya están en marcha y se intensificarán. El punto de inflexión fue la invasión de Irak tras el 11-S.

No se trata solo de recursos limitados, sino de su distribución profundamente desigual, acaparada por élites que concentran riqueza y poder. Como decía Deng Xiaoping: “el mercado es un pésimo amo, pero un excelente esclavo”. En un sistema capitalista global, la lucha por estos recursos no hará más que agudizarse. El problema no es la escasez real, ni la superpoblación (el crecimiento mundial se estabilizará en este siglo y luego disminuirá), sino el modelo de apropiación y reparto de la riqueza.

2. La negativa de EE.UU. a renunciar a su hegemonía

Estados Unidos no está dispuesto a dejar de ser la potencia dominante del mundo, ni voluntariamente ni por medios pacíficos. Esta negativa se basa en una convicción ideológica: la del “destino manifiesto”, según la cual EE.UU. es el líder natural del mundo, el “pueblo elegido por Dios” para guiar el progreso de la Humanidad.

A esa dimensión simbólica se suma una realidad muy concreta: ser el primer imperio global nuclear proporciona enormes ventajas políticas, económicas y estratégicas que Washington no está dispuesto a perder. Por eso defenderá su posición privilegiada por todos los medios, incluidos los militares. No aceptará jamás un mundo multipolar, y menos aún ser desplazado por una potencia emergente como China, que, lejos de la lógica imperialista, está ganando terreno gracias a su esfuerzo, estabilidad y capacidad competitiva.

Pero el Imperio, en su declive irreversible, no caerá sin antes hacer caer al mundo con él. Ya lo estamos viendo.

3. El modelo chino: una amenaza para el sistema occidental

El modelo político-económico chino funciona mejor. Es más eficiente y ha demostrado ser una alternativa real al capitalismo financiero neoliberal anglosajón. En el sistema chino, el poder político se impone al poder económico, y está orientado al bien común, no al interés exclusivo de una oligarquía.

Este modelo es, para Estados Unidos, un mal ejemplo. Demuestra que se puede desarrollar una economía poderosa sin necesidad de someterse al sistema occidental. Y eso es inaceptable para Washington. Por eso, más allá de los discursos sobre “seguridad nacional”, “derechos humanos” o “libertades”, el verdadero objetivo es frenar a China a toda costa.

En resumen: Estados Unidos necesita esta guerra. No solo la quiere: la ve como imprescindible para mantener su hegemonía. Por eso ya la ha iniciado, aunque aún no adopte formas convencionales. La pregunta, entonces, no es si habrá guerra, sino cómo y cuándo se intensificará.