En Europa, durante el siglo XVI, comenzó la llamada Era de los descubrimientos, aunque también se podía haber llamado la Era del colonialismo europeo, que suena menos romántico. El colofón de ese proceso se mostró de forma más manifiesta en el transcurso del siglo XIX, en el que distintas potencias europeas, más el Imperio del Destino Manifiesto (IDM), pasaron a sangre y fuego a los pobladores de cualquier territorio del planeta que fuera de su interés sin el menor sonrojo ni culpa. Era la época en que los intelectuales europeos apoyaban la filosofía de ‘el imperio por el imperio’, que es una forma de decir que el imperio (y sus acciones) se justifican por sí mismas, no necesitan más explicación; o sea, no tienen que rendir cuentas a ninguna entidad superior.
Es de entender (aunque no de justificar) que la aristocracia europea estuviera henchida de ego, ya que sus conquistas militares inapelables por todo el planeta, su ciencia y tecnología superior y su crecimiento económico, sumado a la creencia firme de que su filosofía, arte y religión también lo fueran, hizo creer firmemente en su superioridad y, por tanto, en la universalidad del modelo imperialista europeo.
Y aunque en occidente sigue completamente vivo ese sentimiento de excepcionalidad, superioridad, universalidad, etc., cada vez es más evidente que aquellos tiempos pasaron. China ha creado una economía real más robusta, sana y mayor que ninguna otra en occidente. También ha adelantado en muchos rubros distintos a la ciencia y tecnología occidental, y nadie con la menor cultura puede pensar que la filosofía y el arte chino sean expresiones de una simple antropología primitiva. Igualmente, los ciudadanos chinos están felices con sus valores chinos y no pretenden adoptar ningún valor occidental. Lo cual nos obliga a reflexionar sobre la universalidad de los valores occidentales, e incluso, sobre su actual vigencia dentro y fuera de occidente.
Valores occidentales
«(…/…) Sólo en Occidente hay ‘ciencia’ en aquella fase de su evolución que reconocemos actualmente como ‘válida’». Así comienza la introducción del clásico de Max Weber La ética protestante y el espíritu del capitalismo, y continúa: «Los valores occidentales han probado a lo largo del tiempo su superioridad económica, ética y política frente a las demás culturas; por ello son exportables y cabalmente universalizables».
En verdad, ¿qué se entiende por «valores occidentales»? S. P. Huntington los resumió así: ‘individualismo, liberalismo, constitucionalismo, derechos humanos, igualdad, libertad, imperio de la ley, democracia, libre mercado, separación entre Iglesia y Estado’.
No pocos pensadores occidentales consideran que el pensamiento crítico nació en Grecia y en ninguna otra zona del planeta, y que éste fue el caldo de cultivo en el cual emergieron los valores occidentales, incluida la ciencia occidental. Dichos pensadores olvidan que todos los filósofos griegos famosos eran seguidores de Orfeo y/o de Dionisos, representantes de las dos religiones griegas que, eufemísticamente, se denominan Escuelas de Misterios, por lo que dichos filósofos alternaban su pensamiento crítico con el pensamiento místico, como ocurrió en Egipto, en Mesopotamia, en la India y en las civilizaciones mesoamericanas, entre otras.
Analicemos sucintamente algunos de los valores occidentales más importantes:
El imperio de la ley. Non sub homine sed suv deo et legeliteralmente significa en español «No bajo el hombre, sino bajo Dios y la ley». Creo que los musulmanes del planeta y buena parte de los judíos ortodoxos se sentirían muy a gusto con esta definición legal; aunque, tal vez, los ateos de occidente no se sientan reconocidos con ella. Así mismo, tenemos que reconocer que en ningún lugar del planeta se ha dejado de vulnerar este principio en mayor o menor medida, porque sociedades clasistas lo son todas y las leyes se encargan de tratar a cada cual según su casta. Ya sé que pensamos que eso no pasa en occidente, sólo en el tercer mundo. ¿Se nos han olvidado que los grandes emporios internacionales, especialmente los deportivos, están en manos de aristócratas que, a pesar de sus archiconocidos escándalos, nunca visitan los juzgados, o las constantes ilegalidades que cometen las grandes tecnológicas multinacionales que se saldan con unas multas irrisorias? Todos sabemos que las leyes las hacen los de arriba para controlar a los de abajo, y no para autoaplicárselas a ellos mismos. Por lo que el imperio de la ley no es un principio, sino un mito en el que a todos nos gusta creer, pero que rara vez se cumple en las altas esferas.
En la China del siglo III a. C., ya existía una doctrina legal similar, con la diferencia de que Dios no estaba en la ecuación. Fue conocida como Escuela Legista, creada por el filósofo Han Fei, y actualmente, forma parte del Corpus legal neoconfuciano, que ha llegado hasta nuestros días, lo que nos vuelve a mostrar la no universalidad del imperio de la ley occidental.
En este mismo marco, la igualdad entre las personas debería ser recogida por el imperio de la ley. De nuevo nos encontramos ante un valor que la mayor parte de las tradiciones antiguas ha considerado como fundamental y propio, y que occidente ni inventó ni respeta. ¿Acaso se aplica la ley para todos de igual manera o se protegen por igual a todos los colectivos vulnerables? En resumen: ¿A quién queremos engañar?
Individualismo. Se considera como tal a las reivindicaciones por la igualdad de derechos para todos. En la Europa renacentista se utilizó como una forma de salir del feudalismo medieval de camino al Renacimiento y luego para debilitar a la clase aristocrática y el clero, a la vez que se empoderaba a los gremios urbanos de comerciantes. Pero, ¿acaso los gremios no eran instituciones colectivas formadas por personas individuales? ¿No fueron los gremios los impulsores de los partidos políticos? ¿Los holdings no son colectivos de individuos dueños de acciones?
Cuando masas de occidentales se han dirigido voluntariamente a la guerra para salvar a su país, nadie los ha tildado como colectivistas, ni tampoco a los manifestantes o huelguistas.
En China existieron comunidades de individuos que formaron sus propias mini-sociedades fuera del control estatal. También se crearon colectividades de agricultores que congregaban a productores individuales para así hacer sinergias. Igualmente, hubo personas que se aventuraron a los negocios, a la vida ascética o al sendero de las artes marciales, haciendo un claro uso de su individualismo. En verdad, el individualismo occidental y el colectivismo chino es más un mito que una realidad; de hecho, no son antagónicos, ya que no se puede hacer un grupo humano sin individualidades. Pensar que todos los grupos chinos están compuestos por personas gregarias sin soberanía propia es tan absurdo como pensar que todos los individualistas viven fuera de cualquier colectivo que les pueda interesar. Chinos y occidentales tenemos un fuerte sentido patriótico, pero eso no nos convierte en seres gregarios, sino en patriotas.
Derechos Humanos. La Declaración de los Derechos del Hombre de 1789, legado fundamental de la revolución francesa, y la Declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas en 1948 son el estándar legal de occidente que, como todos bien sabemos, son sistemáticamente vulnerados a lo largo y ancho del planeta, y en incontables ocasiones y precisamente, lo es por las potencias occidentales, lo cual muestra un cinismo sin parangón. Y son precisamente esas mismas potencias las que pretenden acusar a otros (enemigos o simplemente competidores comerciales) de vulnerar dichos Derechos Humanos.
En la Conferencia sobre Derechos Humanos celebrada en Viena en 1993, el bloque asiático e islámico se opuso a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 por considerar que no era universal, sino occidental. En un artículo de 2015, Chen Lai, de la Universidad Tsinghua, un gran experto en civilización antigua de China, escribe: «Comparados con los valores occidentales modernos, los valores de la civilización china presentan cuatro características particulares: La responsabilidad es anterior a la libertad; el deber es anterior a los derechos; el grupo social es anterior al individuo y la armonía es superior al conflicto».
¿Nadie en occidente ha reparado en que imponer nuestros Derechos Humanos a otras civilizaciones es tan absurdo como que los chinos nos impongan sus valores neoconfucianos?
Democracia. En primer lugar, es necesario decir que el concepto de democracia que existía en Atenas (la original y la única de toda Grecia) era muy diferente a las democracias occidentales. En Atenas, el 30% de la población era esclava, el 50% eran mujeres y cerca de un 10% eran niños, ancianos o enfermos que tampoco votaban; así pues, el censo real estaba compuesto por un máximo de un 20% de la población, siendo optimistas. Llama la atención que en la cuna de la democracia existiera la máxima contradicción del individualismo, como es la esclavitud.
Los diferentes tipos de democracias que hay en occidente no cumplen con el principio básico establecido en Atenas: ‘La soberanía reside en el pueblo: el demos’, porque la soberanía ha sido usurpada por las élites económicas en favor de sus propios intereses que, frecuentemente, van en sentido contrario a los de los pueblos que gobiernan. A pesar de que ya hace varios siglos que se dijo por parte de los jacobinos ‘Todo por el pueblo, pero sin el pueblo’, en occidente los nuevos jacobinos nos siguen gobernando, y para colmo de males, muchos países ‘democráticos’ son telegobernados desde Washington. Y nuestras élites, con el cinismo que les caracteriza, miran con desdén y superioridad a otros países que tienen regímenes políticos diferentes.
Libre mercado. Considerar al libre mercado como un genuino ‘valor occidental’ resulta desternillante, puesto que éste existe desde la noche de los tiempos en todas las sociedades humanas; e incluso, en la extinta URSS existía un libre mercado negro minoritario, pero real. Y pensar que en el occidente democrático el mercado es libre, no deja de ser una ingenuidad pasmosa. La famosa ‘mano invisible’ de Adam Smith nunca ha dejado de mover los mercados. Esto no significa que ‘se autorregulen’ por arte de magia, como Smith dice: significa que siempre hay alguien (más o menos invisible) dueño de la mano que mece la cuna.
Conclusiones. Max Weber, Samuel P. Huntington y otros grandes académicos occidentales son personas teístas; es decir, religiosas, y como tal caen en el pensamiento dicotómico propio del teísmo: dios/diablo, bien/mal, ricos/pobres, buenos/malos, para al final llegar al nosotros/ellos. Por ese motivo, Samuel P. Huntington está convencido del choque de civilizaciones, y no es porque el resto de civilizaciones estén buscando el conflicto para llegar a la supremacía global; lo es porque es occidente quien se ha arrogado el derecho y el deber de dominar el planeta, y lo va a hacer mediante el conflicto a la vieja usanza: guerra, guerra y más guerra.
Desde esta visión, al igual que sólo puede haber un Dios verdadero para el creyente, sólo puede haber una civilización universal, una sola ciencia, una sola filosofía, un solo arte; o sea, una sola verdad: la mía y la de mi grupo social, país o civilización. Esta forma de pensar está profundamente arraigada en la cultura occidental, lamentablemente he de decir. Por este motivo, occidente ve como una amenaza a China y a cualquier otra civilización que tenga características propias, máxime si ésta es capaz de rivalizar con occidente filosófica, económica y/o militarmente.
Como occidentales, tenemos que reconocer que los valores occidentales son un brindis al sol, bellas declaraciones de intenciones, pero poco más. La tozuda realidad nos demuestra que nunca han estado vigentes o, en el mejor de los casos, lo han estado parcialmente y durante un periodo de tiempo escaso. No obstante, la soberbia nos sigue guiando y pretendemos obligar a otras culturas a asumir nuestros propios mitos.
En el resto del mundo, se ven como propaganda al servicio del neocolonialismo occidental. ¿Acaso les falta razón? Así pues, cada vez son más los países que se agolpan ante la puerta de los BRICS para encontrar un marco de desarrollo económico y social basado en el respeto mutuo, en la colaboración y en el fomento de la paz para todos los pueblos. Ésta es la esencia de la filosofía china. Es así como China ha pasado de ser uno de los países más pobres del planeta a ser la primera economía mundial por paridad de poder adquisitivo. Y este milagro se ha realizado aplicando fielmente sus valores, lo que demuestra su efectividad. Por lo tanto, ¿por qué tendrían que cambiarlos?
Occidente necesita renacer de sus cenizas como el Ave Fénix, con nuevos y verdaderos valores. China ya emprendió ese camino durante el siglo de la humillación al que le sometieron las potencias occidentales, más Japón. Y gracias a esa catarsis, hoy China se ha convertido en el actor global que es. Ojalá la catarsis que occidente tanto necesita llegue pronto, y que no sea cruenta.