Los tres todos: La tragedia de China en la Segunda Guerra Mundial

“Los tres todos” (三光政策, sān guāng zhèngcè): “matar a todos, quemar todo, saquear todo”. Los asesinatos de civiles y combatientes, la quema de casas y cultivos, y el saqueo de aperos de labranza, animales y reservas de alimentos constituyeron la estrategia empleada en las operaciones de barrido del ejército japonés en el norte de China como respuesta a la ofensiva de los Cien Regimientos. Ante el progresivo enjaulamiento de las bases de resistencia comunistas en el norte, el 20 de agosto de 1940 el Cuartel General del Ejército de la Octava Ruta lanzó la mayor ofensiva comunista de la guerra. Durante los 104 días que duró la campaña, los comunistas atacaron redes de transporte (ferrocarriles y puentes), minas de carbón y fortificaciones japonesas. La reacción japonesa incluyó 132 operaciones de barrido entre 1941 y 1942. En una de ellas, el 25 de enero de 1941, el día anterior a la víspera del Año Nuevo chino, los aldeanos del pueblo de Panjiayu, en la provincia de Hebei, fueron conducidos a una finca cubierta de madera y empapada en queroseno, y mediante disparos y granadas fueron asesinados. 1.230 de los 1.700 habitantes del pueblo perdieron la vida. Esta estrategia de violencia generalizada e indiscriminada contra la población campesina, de la que fueron principales responsables el general Tada Jun, y especialmente el general Okamura Yasuji, es uno de los muchos ejemplos de la barbarie cometida por el imperio japonés en China.

El incidente del puente de Marco Polo dio comienzo a la segunda guerra sino-japonesa en julio de 1937, aun con Europa en una paz frágil, y duraría hasta la rendición nipona en septiembre de 1945. El imperio japonés ya había protagonizado tres eventos clave en el llamado “siglo de la humillación”: la derrota de China en la primera guerra sino-japonesa (1894-1895), que constataría la incapacidad de la dinastía Qing de hacer frente a los retos de la modernidad; la toma de las posesiones alemanas en Shandong en 1919 conforme a las ominosas condiciones del Tratado de Versalles, que darían inicio al movimiento 4 de mayo; y el incidente de Mukden en 1931, que sirvió de pretexto para la invasión de Manchuria y el establecimiento del Estado títere de Manchukuo. Pero China, tras un siglo marcado por la dominación imperialista, desde la primera guerra del opio (1839 – 1842), aun habría de sufrir la más destructiva de las agresiones durante 8 años, en una guerra que acabaría enmarcada en un escenario global con el estallido de la segunda guerra mundial. 

A finales de julio de 1937 Pekín y Tianjin ya habían caído. Entre agosto de 1937 y octubre de 1938 el imperio japonés remontó el Yangtze y ocupó Shanghai, motor económico de China, Nankín, capital de la entonces República de China, y Wuhan. En Nankín se produjo, durante casi siete semanas desde su caída el 13 de diciembre de 1937, la barbarie más conocida de la guerra. El espectáculo de sadismo contra el pueblo chino incluyó asesinatos masivos de soldados rendidos y civiles, violaciones masivas de mujeres y niñas, la destrucción y el pillaje. Las barbaries continuaron durante toda la guerra.

Si no vamos a la guerra, el enemigo, con bayonetas, nos matará, y señalará nuestros huesos con el dedo diciendo “Mira, estos son esclavos.””. Con estos combativos versos llamaba en la primavera de 1938 desde Yan’an el poeta Tian Jian (田间) a resistir al imperio japonés. Desde el inicio hasta el final de la guerra la resistencia se llevó a cabo desde dos grandes áreas: la controlada por el Partido Comunista Chino desde su base en Yan’an, en la provincia de Shaanxi, y la controlada por el Kuomintang, desde su base en Chongqing, a la que se habían trasladado tras la caída de Wuhan. Aunque la resistencia contó con apoyo extranjero, de la Unión Soviética, especialmente hasta la operación Barbarroja y a partir de agosto de 1945, y de EEUU, con más intensidad tras su entrada en la II Guerra Mundial, el esfuerzo de la guerra recayó en los chinos. 

La resistencia china, protagonizada por millones de combatientes regulares e irregulares, obligó al imperio japonés a desplegar entre el 40% y el 60% de su ejército de tierra (dependiendo del periodo), lo que contribuyó de manera fundamental a la victoria aliada en el Pacífico. La guerra costó la vida de unos 14 millones de chinos y el desplazamiento forzoso de unos 100 millones, conforme a los datos del historiador Rana Mitter, aunque otras estimaciones llegan hasta el entorno de los 20 millones de muertos. Lamentablemente, la segunda guerra sino-japonesa y la segunda guerra mundial en China es especialmente desconocida en occidente. Estos días se cumple el 80 aniversario del fin de la tragedia, y por respeto a la historia y a las víctimas es esencial recordar el sacrificio y la contribución de China.