Este año se conmemora el LXXX aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial, un conflicto devastador que marcó la historia del siglo XX. En 1945, después de seis años de lucha, las fuerzas aliadas lograron la victoria sobre las potencias del Eje, poniendo fin a uno de los periodos más oscuros de la humanidad. La rendición incondicional de la Alemania nazi en mayo y la posterior capitulación de Japón en septiembre, tras los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, marcaron el final oficial de la guerra.
El impacto de la Segunda Guerra Mundial fue inmenso: más de 60 millones de personas perdieron la vida, millones de familias fueron desplazadas y numerosas ciudades quedaron destruidas. La guerra no solo alteró el mapa político, sino que también transformó las estructuras sociales, económicas y tecnológicas. La creación de la ONU en 1945 buscó evitar futuras confrontaciones globales y promover la paz, mientras que la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética moldeó el orden mundial durante las siguientes décadas.
En Pekín se celebrará asimismo el 3 de septiembre el 80° aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, a cuya ceremonia asistirán líderes como Putin y Kim Jong-un, así como estarán presentes una veintena de mandatarios. El sudeste asiático estará nutridamente representado, en un momento en el que China trata de posicionarse en esta región como un socio más confiable que Estados Unidos.
Hoy, al recordar este aniversario, reflexionamos sobre los costos humanos y el compromiso global de nunca repetir tales horrores. La memoria histórica es crucial para garantizar que las lecciones de la guerra nunca se olviden.
Durante la Segunda Guerra Mundial, China fue uno de los principales frentes de lucha contra Japón, comenzando su conflicto con la invasión japonesa en 1937, antes de que el conflicto mundial se expandiera. La Segunda Guerra Sino-japonesa (1937-1945) se unió a la guerra global, convirtiéndose en una lucha prolongada y devastadora para China. A lo largo de la guerra, China sufrió terribles ataques, como la Masacre de Nankín, y perdió cerca de 20 millones de vidas, en su mayoría civiles. Japón ocupó grandes partes del país, pero China logró resistir gracias a su vasta extensión territorial y a la guerrilla, además del apoyo internacional, principalmente de Estados Unidos.
El Kuomintang, el gobierno nacionalista de Chiang Kai-shek, lideró la resistencia, aunque enfrentó también una guerra civil interna contra el Partido Comunista de China. A pesar de las dificultades, el ejército chino logó desgastar a las fuerzas japonesas, contribuyendo al agotamiento de Japón en el frente asiático.
La Segunda Guerra Mundial finalizó el 2 de septiembre de 1945, con la rendición de Japón tras la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, y la posterior firma del acta de capitulación a bordo del acorazado USS Missouri en la bahía de Tokio, poniendo fin a la guerra en el Pacífico. Se estima que alrededor de 140.000 personas murieron en Hiroshima debido al bombardeo atómico del 6 de agosto de 1945, y aproximadamente otras 74.000 personas murieron en Nagasaki como consecuencia del bombardeo atómico del 9 de agosto de 1945. Estas cifras incluyen tanto muertes inmediatas como muertes posteriores debido a heridas y enfermedades provocadas por la radiación.
Al final de la guerra en 1945, China emergió como una de las potencias victoriosas y fue uno de los miembros fundadores de la ONU. Sin embargo, la guerra dejó al país devastado, con millones de muertos y una profunda inestabilidad política que aceleró la guerra civil entre los comunistas y los nacionalistas.
China fue reconocida como una de las Cuatro Grandes Potencias Aliadas, junto con EE.UU., Reino Unido y la URSS y Chiang Kaishek participó en la Conferencia de El Cairo (1943) con Roosevelt y Churchill, donde se discutió la rendición de Japón y el futuro de Asia.
Con la derrota de Japón en 1945, China recuperó sus territorios ocupados, pero la guerra debilitó tanto a China que pronto estalló la guerra civil entre los nacionalistas y los comunistas (quienes también habían luchado contra Japón). En 1949, los comunistas de Mao Zedong ganaron la guerra civil, y EE.UU. rompió relaciones con la nueva República Popular China hasta los años 70.
La Segunda Guerra Mundial, que abarcó desde 1939 hasta 1945, dejó lecciones valiosas para la humanidad. Nos enseñó sobre los peligros del nacionalismo extremo, la intolerancia y el odio racial. También nos recordó la importancia de la diplomacia y el diálogo para prevenir conflictos armados.
Asimismo, la devastación causada por la guerra nos alertó sobre las consecuencias catastróficas de la violencia a nivel global, la importancia de la cooperación internacional y el respeto por los derechos humanos. Estos principios fundamentales deben señalar el camino para evitar futuros conflictos y construir un mundo más pacífico y justo.
Si de nuevo hubiera una guerra mundial, en donde participaran diversas potencias nucleares, como EE.UU., Rusia, China…), la destrucción masiva y mutua sería inmediata, El uso de armas nucleares podría borrar ciudades enteras en cuestión de minutos. El colapso ecológico y agrícola estaría asegurado. Se producirían centenas o miles de millones de muertes, no solo por las bombas, sino por hambre, enfermedades y caos social. Seguramente, estaríamos ante el fin de la civilización moderna.