Desencuentros entre culturas
Cuando desde nuestra propia cultura intentamos comprender una civilización diferente como es la china, lo primero que hacemos es buscar aquello que nos une y aquello que nos diferencia. Al realizar estas comparaciones, frecuentemente caemos en tópicos estereotipados o en simples diferencias estéticas y superficiales (muchas veces mal intencionadas), que sólo sirven para acrecentar las diferencias de una forma artificial e irreal. Es cierto que la historia de China y la de Europa tienen pocos puntos de anclaje en donde podamos encontrar nexos en común; mientras que hay una miríada de cuestiones históricas, filosóficas y religiosas que nos separan o, al menos, nos diferencian.
Religión y filosofía
Como todos sabemos, Europa tiene unas raíces judeocristianas en las que, hasta la época contemporánea, han estado amalgamadas con la filosofía clásica grecorromana.
Ríos de tinta han corrido (y lo siguen haciendo) hablando sobre la filosofía griega, pero curiosamente no se hace hincapié en la religión griega y en cómo ésta ha influido en la filosofía griega. De hecho, se habla en ese caso de las Escuelas de Misterios que también adoptaron los romanos, como es el caso de las escuelas de los Misterios Eleusinos, de los Misterios Dionisíacos y de los Misterios Órficos. Los romanos adoptaron de otras culturas a la egipcia Isis, el persa Mitra de los Misterios Mitraicos, el tracio o frigio Sabacio y la frigia Cibeles. Es sabido que grandes filósofos griegos eran partidarios de dichas Escuelas de Misterios, por lo que necesariamente su filosofía tenía que tener influencias de dichas escuelas.
Europa y sus religiones
En la Edad Antigua, griegos y romanos practicaron el politeísmo hasta la emergencia del cristianismo en Roma, cambiando el Imperio romano de politeísta a monoteísta. Y dicho monoteísmo se difundió por todas Europa a través de las diferentes confesiones cristianas: católicos, ortodoxos y protestantes (luteranos, calvinistas, anglicanos, presbiterianos, baptistas, metodistas, evangélicos, pentecostalistas, adventistas, etc.). Igualmente, no podemos olvidar a la Europa musulmana, actualmente en los territorios más orientales de Europa y fuertemente diseminados por todo el continente como consecuencia de las migraciones. Todo consolida al continente europeo como un lugar donde el pensamiento monoteísta está fuertemente afianzado. Y tampoco hay que olvidar la gran cantidad de población judía que vive en Europa; y que fue de su religión, el judaísmo, de donde arrancaron el cristianismo y el islamismo, cuestión que frecuentemente parece olvidarse y que es crucial para entender el mundo en que vivimos.
El teísmo europeo
Así pues, Europa, desde sus raíces más tempranas, es un continente profundamente teísta: primero politeísta y, finalmente, monoteísta. Este hecho no marca una diferencia substancial con otras regiones del mundo. Más bien al contrario, la inmensa mayoría de las culturas y civilizaciones del planeta son teístas. A pesar de los movimientos ateos surgidos durante el siglo XX en Occidente, culturalmente hablando, el teísmo filosófico mantiene su hegemonía.
Las dos visiones del mundo
La RAE dice que el teísmo es “la creencia en un dios como ser superior, creador del mundo”, mientras que la misma fuente nos dice que el deísmo es “la doctrina que reconoce un dios como autor de la naturaleza, pero sin admitir revelación ni culto externo”. Así pues, la civilización europea es claramente teísta como ya antes advertimos.
La concepción teísta del mundo, por extensión del concepto, implica que, al igual que hay un solo dios (obviamente, el nuestro) y que las naturalezas humanas y divinas no son intercambiables ni mutables —un Dios que tome forma humana no deja de ser Dios—, así pues, Dios representa lo eterno y la verdad absoluta, frente a lo humano, que representa lo efímero y la verdad relativa o la mentira. Así nos situamos ante un dualismo dialéctico por el cual todas las cosas que nos rodean se dividen en conceptos antagónicos: bien y mal, verdad y falsedad, nosotros y ellos, creyentes e infieles, etc.
Este dualismo lo encontramos desde los pensadores griegos y romanos hasta llegar a las actuales escuelas de filosofía, ciencias políticas, economía, sociología, etc. Podríamos decir, sin exagerar, que el dualismo está en el ADN de la civilización occidental y de la mayor parte de culturas del mundo excepto precisamente la china. Este es el principal punto de diferenciación entre ambas civilizaciones.
Hasta donde conozco, sólo hay unas pocas doctrinas/filosofías que sean no teístas en todo el planeta, a saber:
- Taoísta
- Confuciana
- Budista
- Jainista
- Hinduista Advaita (doctrina Vedānta Advaita)
En el caso de China, los inicios del taoísmo se pierden en la noche de los tiempos, el confucianismo surge en el siglo VI a. C. (siendo las dos tradiciones filosóficas autóctonas del país) y el budismo llegó a China en torno al siglo I d. C., aunque tardó varios siglos en extenderse por todo el país. Es decir, China desde sus orígenes ha sido y sigue siendo hoy en día una civilización no teísta. Este hecho es profundamente relevante, porque no se da en ningún otro país o civilización del planeta. Sólo podríamos encontrar alguna similitud en países 100% budistas, como Bután, y en zonas del subcontinente indio en que haya grupos poblacionales de budistas, jainistas e hinduistas advaitas.
Por este motivo, cuando el jesuita Mateo Ricci llegó a Beijing en el siglo XIV, estaba convencido de que China era necesariamente una nación profundamente atrasada, ya que ni siquiera tenían una palabra para definir a Dios. Pronto comenzó a darse cuenta de que China, a pesar de todo, estaba mucho más desarrollada que Europa en todos los campos y muy especialmente en el científico y tecnológico.
Mientras que el pensamiento teísta/dualista implica el estudio de la realidad desde la fragmentación y la oposición, que necesariamente crea modelos mecánicos y rígidos, por el contrario, el pensamiento no teísta estudia la realidad desde una visión sistémica, dinámica y vital. Así pues, los distintos elementos no se contraponen, sino que se complementan y se organizan de forma coherente en diferentes tipos de sistemas.
Si llevamos estos planteamientos filosóficos al terreno de la religión, de la política o de la economía, el modelo teísta impone su sistema ante cualquier otro, basándose en la profunda convicción de que su modelo es superior a cualquier otro y el único fiel a una verdad absoluta. Ello explica las miríadas de guerras frías, templadas y calientes que se han vivido en la mayor parte del planeta. Muy por el contrario, el pensamiento no teísta promueve la armonización de los opuestos aceptando su existencia, pero sin ningún interés en imponer su propio modelo, ya que su modelo no pretende ser el fiel representante de la verdad suprema, sino que simplemente es un patrón de convivencia pacífica en el que nadie se inmiscuye en los asuntos ajenos: es un paradigma de tolerancia y respeto con la diferencia.
Nada de ello implica la aceptación de un relativismo social en el que todo vale, en absoluto. Tanto el taoísmo como muy especialmente el confucianismo son profundamente severos con los comportamientos incívicos e inmorales, porque éstos atentan contra la comunidad, y para el pensamiento filosófico chino, la comunidad (país) es el mayor de los bienes a proteger. Y lo piensan así porque saben que, defendiendo a su país, el país también les defiende a ellos. Esta es una realidad que muchas veces se ha mostrado a lo largo de la vasta historia de China, aunque también han existido excepciones notables con ciertos señores de la guerra y algunos emperadores en particular.
Conclusiones
Por consiguiente, si realmente queremos desde Europa acercarnos a la civilización china, tenemos que dejar de pensar que todo lo nuestro es superior a lo de cualquiera. Necesitamos una cura de humildad y comprender que Occidente no es el centro de la galaxia. Esto no implica que tengamos que deshacernos de nuestras creencias religiosas ni filosóficas: lo que deberíamos hacer es escuchar a quien tenemos enfrente y comprender que no todos somos iguales y que todos tenemos derecho a tener nuestra propia visión del mundo. Si obramos con la humildad de los sabios, podremos enriquecer nuestra cultura y nuestra vida, pero si seguimos negando la diferencia e intentando aplastar las otras visiones del mundo, al final seremos nosotros los que quedaremos aplastados por nuestra propia necedad. La decisión es nuestra.