Sobre China, los EE.UU. y el papel de Europa

La teoría de los juegos es una rama de la economía en la que se estudia cuál o cuáles serían las decisiones óptimas de un actor en un escenario en el que lo que se puede ganar o perder con cada elección no está prefijado y depende de lo que hagan terceros. 

Una de sus aplicaciones más interesantes en el ámbito de las relaciones internacionales es en la anticipación estratégica, que podríamos definir como la capacidad de detectar los posibles escenarios que nos podríamos encontrar en el futuro, de forma que se puedan tomar las medidas necesarias para aprovecharlo, mitigar su impacto o simplemente evitarlo.

No podemos predecir el mundo del futuro, pero lo que sí sabemos a ciencia cierta es que considerando la realidad actual, tanto EE.UU. como la R.P. China son dos actores que tendremos que tener en cuenta necesariamente. La incertidumbre principal recae sobre cuál será la relación entre ambas potencias, y si en un contexto en el que EE.UU. es una potencia hegemónica en fase de declive, aceptará un entorno relacional multipolar en el que las justas reivindicaciones de muchos países choquen con sus intereses particulares. 

Dentro de este juego de imaginar el futuro hay una opción en la que muchos periodistas parecen recrearse, que es la de un enfrentamiento bélico entre EE.UU. y la R.P. China, pero esta es tan sólo una de las opciones que se pueden dar en el proceso de declive norteamericano, algo que resulta peligroso porque en su breve historia no han tenido precedentes, por lo que puede darse desde una aceptación de la nueva realidad a la implosión interna de los EE.UU. o el simple miedo a que pueda suceder.

Hay varios elementos que son claves para EE.UU., el primero es que son capaces de proyectar su visión del mundo gracias al poder blando (la influencia/presión que son capaces de realizar sobre terceros países, gobiernos y agentes con su cuerpo diplomático), y al poder duro representado por un lado por su extensa capacidad militar y por otro por su igualmente extenso poder económico, que sin pegar un tiro puede poner contra las cuerdas a un país al que decidan sancionar.

Con cierta perspectiva histórica se puede llegar a decir que el punto de inflexión lo encontramos en los juegos olímpicos de 2008, en los que China se mostró nuevamente ante el mundo como una civilización que retornaba a la primera línea internacional. Por otro lado, las sucesivas baterías de sanciones contra Rusia y la llamada guerra comercial entre EE.UU. y China crearon el contexto catalizador de un nuevo marco de relaciones internacionales en los que no hay un bloque cohesionado en torno a una ideología o una religión, sino en torno a un nuevo marco de relaciones internacionales basado en la multipolaridad.

El establecimiento de relaciones comerciales, militares y de inteligencia más estrechas permiten hacer frente al poder duro de los EE.UU. y sus aliados y satélites, y un ámbito clave es el militar, en el que ya no son capaces de proyectar ni directamente ni por delegación en algún agente proxy su potencial de forma ilimitada y sin consecuencias, pero, sobre todo, el elemento clave es que tampoco pueden ya aislar económicamente a cualquier país. 

Para quien no esté muy familiarizado con el sector financiero, uno de los elementos críticos es SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication), una red que los bancos utilizan para comunicarse entre sí de forma segura, y cuyo principal cometido es transmitir mensajes que permiten la transferencia de fondos entre cuentas. Así, podemos hacer una transferencia desde nuestra cuenta en un banco español para mandar dinero a muchas partes del mundo, o abrir un crédito documentario para la exportación que nos garantiza el cobro de la mercancía cuando se cumplan unos hitos prefijados, como que se acredite que la mercancía ha llegado al puerto de destino. 

Como la mayor parte de los bancos no tienen relación directa entre sí, para poder materializar estos pagos se recurre a bancos intermediarios, que en general son grandes entidades de nivel internacional que tendrá cuentas propias en diferentes entidades, lo que permite llevar a cabo la transacción. Y este es el elemento clave. Hasta hace poco tiempo, cuando EE.UU. quería sancionar a un país ponía límites a la operativa con el mismo, de forma que cualquier entidad que colaborara en dicha operativa era sancionada. Si un banco X interviene en la compraventa de gas o petróleo de un tercer país a uno que está en la lista de sancionados (supongamos Irán o Venezuela), puede ver su operativa bloqueada en los EE.UU., lo que limita el acceso a los mercados financieros internacionales, por ese motivo es probable que deje de operar «voluntariamente» con ese país sancionado y no contribuya a esas relaciones comerciales, dejando su operativa habitual bloqueada. La consecuencia es por todos conocida, Venezuela dejó de poder exportar petróleo y su presupuesto estatal (del que recordemos sale el gasto social) se vio gravemente afectado, e Irán ha tenido grandes complicaciones, provocando artificialmente problemas buscando la desestabilización política. 

En el caso de Rusia optaron directamente por excluir a una serie significativa de bancos del sistema SWIFT, que sería el equivalente financiero de volar (casi) todos los puentes de la red de ferrocarril. La cuestión clave es que Rusia no es una economía menor a nivel internacional, sino más bien estratégica gracias a sus exportaciones clave, y no es posible dejar de comerciar con ella. Esto provoca un importante impacto a nivel global, donde hay gobiernos que priorizan los intereses de la OTAN sobre los nacionales a pesar de la grave crisis económica que afrontan, y otros países que o bien se desmarcan de esa política belicista o bien deciden empezar a buscar alternativas para no tener que depender de herramientas cuyo normal o anormal funcionamiento dependa del criterio de una camarilla. 

Nos encontramos por tanto con una situación en la que la alternativa multipolar que representan los BRICS empieza a usar para la operativa financiera entre algunos de sus miembros un sistema alternativo al SWIFT, que cierra acuerdos bilaterales de comercio milmillonarios en divisas nacionales sin necesidad de hacer uso del dólar estadounidense, y sobre todo que el miedo a las sanciones no está provocando el inmovilismo y el repliegue de países más débiles económica y militarmente hablando, sino más bien un impulso a su deseo de unirse a este bloque para que si en algún momento alguna de sus decisiones soberanas no está alineada con los intereses de EE.UU., evitar ser víctimas de esas mismas sanciones. 

Aunque aún es muy pronto para hablar de un desplazamiento del dólar en el comercio internacional (de hecho, continúa siendo la primera divisa en uso) si es cierto que hay un proceso de cambio de tendencia en el que nuevas divisas van ganando su espacio, y aquí es donde surge la especulación sobre el futuro a tenor de los últimos movimientos de los BRICS y del creciente peso que tienen sus economías en el comercio internacional. 

Supongamos un futuro en el que EE.UU. se comporta en el ámbito económico como lo está haciendo desde 2001, es decir, con altos niveles de deuda y amplio déficit, y que como dice un análisis de J.P. Morgan “los riesgos son lo suficientemente significativos como para considerar agregar activos no denominados en dólares y “reales” como infraestructura, oro y materias primas a las carteras tradicionales de activos múltiples”, le agregamos el crecimiento industrial y comercial de las potencias emergentes y el incremento del comercio en divisas nacionales alternativas, y nos encontramos con un dólar cada vez menos demandado en los mercados internacionales, y previsiblemente con una deuda de EE.UU. que no resulta tan interesante o competitiva y que tiene que subir los rendimientos para poder cubrir las emisiones. 

Según una proyección de la Oficina de Presupuestos del Congreso (OPC) de los EE.UU., a mediados de la década de 2030, todos los ingresos federales servirán para cubrir únicamente el gasto público obligatorio, que además de la Seguridad Social, Medicare o Medicaid también cubre los intereses de la deuda. Llegados a ese punto, la financiación del gasto en defensa, justicia, infraestructuras o educación sólo podrá ser cubierto bien con nueva deuda, o bien con recortes en otros gastos. 

No es por tanto una exageración afirmar que los EE.UU. se encaminan hacia una crisis en cuyo desarrollo se manifiestan las profundas contradicciones del país que hemos visto en las elecciones de noviembre de 2024.

En este punto es necesario plantear tanto cómo nos podría afectar a nosotros, como el impacto que podría tener sobre los propios Estados Unidos. Porque es importante valorar qué puede suceder en un país federal habituado a tener el dominio económico y tener guerras caras si los recursos pasan a ser finitos y escasos.

Quienes defienden una huida hacia adelante en forma de guerra con China es muy seguro que no serían quienes la lucharían ni quienes mandarían a sus hijos a morir, y tampoco nos dicen que esa potencial guerra sería tan costosa en recursos militares, económicos y humanos que no sería sostenible en el tiempo. Adicionalmente, la interrelación económica entre China y EE.UU. es tan profunda que ese potencial conflicto tendría graves consecuencias tanto para ellos como para el resto del mundo.

Frente a los propagandistas de la muerte es necesario el discurso humanista de defensa de la paz, de mostrar que sus bravuconadas pueden ser útiles para lograr fijar a sus aliados (esencialmente la UE) y evitar su acercamiento hacia el nuevo centro económico mundial que se va desplazando hacia Asia-Pacífico, pero no para alterar las dinámicas actuales. 

La gente se está empezando a cansar de una economía de guerra que nos empobrece y que sólo sirve para llenar los bolsillos de empresas armamentísticas estadounidenses, de la élite económica europea y los cementerios de Ucrania con los cientos de miles de ciudadanos secuestrados en las calles por el ejército para ir morir en el frente. Son varios los gobiernos de la guerra que ya han caído y el descontento de la gente parece canalizarse hacia caminos en los que no sabemos muy bien cuál puede ser el final. No nos podemos dejar arrastrar por EE.UU. en su declive.  

Las naciones de Europa tienen que apostar por su soberanía y por la paz, por la defensa de sus intereses nacionales y la búsqueda del progreso científico y material como forma de mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, y eso significa romper con alianzas militaristas e injerencistas que llenan el mundo de golpes de estado y de muerte, y apostar por el mundo multipolar en el que el respeto a los demás y la búsqueda de relaciones valiosas para las partes sienten las bases del desarrollo que tanto las clases trabajadoras de Europa como del resto del mundo necesitan.

Es la hora de empezar a mirar por nuestros propios intereses. No nos interesa ninguna guerra militar, y en la guerra económica entre EE.UU. y China sería muy inteligente un cambio de estrategia que favoreciera el acercamiento hacia la potencia oriental para empezar de verdad a transformar el país y generar un futuro esperanzador para las siguientes generaciones. 

Es la hora de China y es la hora de los BRICS, ya no representan un futuro incierto sino una realidad palpable a la que no hacemos sino dar la espalda, y no parece ser la mejor estrategia a tenor de la ruina material y moral a la que nos conduce el actual régimen.