El confucianismo, el Imperio del Centro y la civilización china: una filosofía y una ética políticas para el siglo XXI

Hay pensadores occidentales que consideran el confucianismo como una religión. Nada más lejos de la realidad: es una filosofía que, como tal, incluye unos principios éticos y políticos.

Es más, en el idioma chino no existe un ideograma para expresar el concepto de «religión» o de «dios», como descubrió el jesuita Mateo Ricci, en el siglo XVi.

Se habla de «templos» de Confucio en una traducción incorrecta por la predominante mentalidad teocrática occidental. La traducción correcta sería: «enseñanza», «escuela», «estudio», por el respeto por los ilustrados, que transmiten las enseñanzas de Confucio y el Tao.

En el confucianismo no hay referencia a ningún dios ni al más allá o, como decimos los filósofos occidentales, no hay referencia alguna a la «trascendencia», al «más allá» del mundo o de la vida. La única «trascendencia» que reconoce el confucianismo es la del género humano, que se continúa, generación tras generación: la trascendencia de su continuidad histórica.

Hay miles de «templos», por todos los rincones de China, hasta las montañas más altas, como centros de enseñanza o de transmisión de las ideas; solo son templos —en el sentido occidental—«religiosos» los budistas, islámicos, y cristianos.

El diálogo de Mateo Ricci

Mateo Ricci, jesuita italiano, desde que llega a China en 1583, se esfuerza en entender la civilización china: aprende chino a la perfección, estudia la filosofía confuciana y debate hasta la saciedad con letrados confucianos. Y acepta el «culto» a los antepasados, entendiendo que no es un culto religioso,

sino una veneración humana, un respeto, un tributo a los que nos han precedido y enseñado.

Pero sus jefes le prohibieron ese «culto» a los antepasados, como «herético», en sus ritos cristianos. Fue un esfuerzo de diálogo de Occidente con China, quizá el esfuerzo más profundo de diálogo y el más largo, entre China y Occidente, que duró casi dos siglos y que fue continuado por compañeros de Ricci, entre ellos el español Diego Pantoja, y cuyo testimonio gráfico son los diez mil volúmenes, en 15 idiomas, que se conservan en la Biblioteca Zikawei, en Shanghái, salvados sorprendentemente de revueltas, invasiones extranjeras y guerra civil.

Desgraciadamente, este diálogo se truncó por la incapacidad de diálogo 110 de sus jefes y del Papa de la época, que no comprendieron que China es otro mundo, con otra filosofía, como, por desgracia, no se comprende todavía en Occidente. Esperamos que un nuevo diálogo Occidente-China se desarrolle en los próximos años y facilite el entendimiento entre nuestras dos civilizaciones.

¿Está el confucianismo entre los fundamentos del Imperio?

Por supuesto, el confucianismo es un elemento básico de la cultura y la civilización china. A China han llegado, a lo largo de los siglos, todas las religiones: el budismo, el islamismo, los diversos cristianismos… La Ruta de la Seda fue la vía por la que entraron en China, a lo largo de siglos, gentes de todo el mundo y de diversas etnias y «religiones» —quizá por ello, China las ha considerado siempre como extranjeras— y sus seguidores han sido, sobre todo, extranjeros, a los que se han podido unirse algunos chinos.

Pero ninguna de esas religiones se ha integrado en la cultura y civilización chinas: el confucianismo es una filosofía libre de religiones, que mantiene su autonomía respecto a cualquier creencia «religiosa»; «apártate de dioses y supersticiones», dijo Confucio, en una época en que ambos conceptos prevalecían en la sociedad china.

Hoy no es así, sino que la civilización china es la única civilización no deísta del mundo actual.

El Emperador Amarillo

¿Qué significado tiene la leyenda del Emperador Amarillo? La cuenca del río Amarillo es considerada la cuna de la civilización china.

Pues bien, precisamente en su desembocadura, hay una gigantesca estatua del emperador Yu el Grande, sucesor del Emperador Amarillo. Un escenario impresionante que invita a estudiar esta leyenda o mito del fantástico Emperador Amarillo; a mi me invitó a ello cuando visité la zona.

El Emperador Amarillo es un personaje legendario, más allá de los límites de la historia, que se sitúa en el origen de la nación china, hace más de 5000 años, contemporáneo de la civilización sumeria. Es el mito con el que se expresa en China el origen de la humanidad, equivalente, aunque a gran dis- tancia filosófica, a los mitos occidentales sobre el origen del mundo y su crea- ción, pero sin ningún dios por medio.

¿Y tiene tanta importancia? Yo creo que sí. Así China nace como nación y como civilización: sin origen divino alguno, sin ningún libro sagrado, como lo tienen las culturas judeocristiana, musulmana y, en su tanto, la hindú, que cuenta con miles de dioses.

La historia de una nación, un pueblo, un Imperio de más de 5000 años, que fundamenta su concepción del mundo, de la nación china y de su civilización, sin necesidad de ningún soporte religioso o divino.

Por ejemplo, científicos chinos, desde el siglo IX, ya le daban a la Tierra una edad de millones de años, cuando la Biblia judeocristiana habla de seis mil años desde la «creación». La historia de China se sitúa en parámetros diferentes y distantes de los occidentales.

Así el Emperador Amarillo encarna el origen del pueblo chino. Según el relato «legendario», o mitológico, derrotó a los «bárbaros» con armas de jade, impulsó el arte de la medicina y fundamentó la civilización sobre los instrumentos para dominar la naturaleza: la brújula, el calendario, la seda, la rueda, la escritura… Un mito o una serie de mitos, para expresar el origen de la realidad histórica y de la civilización china, una civilización pragmática desde sus orígenes míticos. Quizá por eso China no ha sufrido conflictos o guerras de religión, como las que ha sufrido durante siglos el resto del mundo, y todavía sufre.

El Templo de Confucio, en Qufu

El conjunto de edificios y patios ocupa 20 ha, cuenta con docenas de pabellones, columnas de madera tallada, figuras de piedra del siglo I, árboles de más de mil años, y una colección de 2000 estelas desde el siglo III a. C. al XVIII.

La veneración, el «culto» de Confucio y de su filosofía, es núcleo central de la civilización china. Como prueba de ello, desde el siglo V a. C. este templo ha sido reformado, ampliado y venerado por emperadores de sucesivas dinastías y en él se conmemora solemnemente, todos los años, su nacimiento y aquí se celebran congresos internacionales de filosofía confuciana.

Junto al templo están las Mansiones de Confucio, donde, según tradición legendaria, vivió el filósofo, donde se conserva un archivo de más de 9000 documentos confucianos y donde se reúnen con frecuencia los descendientes de Confucio —ya en la generación 79, si no me falla la memoria—, dentro de la veneración, en la civilización china, y del respeto a los antepasados.

Se han escrito miles de obras sobre su pensamiento a lo largo de estos dos mil quinientos años, y miles de pensadores, en las distintas edades de oro de la civilización china, recogen, comentan, aplican y desarrollan sus reflexiones siguiendo diferentes escuelas filosóficas en cada época.

Como comentario personal, como filósofo y como ciudadano global, quiero añadir: Es sorprendente o, mejor dicho, no puedo aceptar que, siendo el confucianismo anterior a nuestros filósofos griegos y siendo la filosofía que ha influido en un imperio tan grande y tan longevo como el Imperio chino, en mis diversos estudios universitarios, ni siquiera en los de filosofía, haya oído

112 nada de esta filosofía más allá de alguna referencia anecdótica; y lo mismo ocurre todavía en las facultades de filosofía actuales. Por el contrario, sé que en China sí se estudia a los filósofos griegos, que son casi coetáneos: Confu- cio vive de 551 a 479 a. C., unos cien años antes que Platón y unos ciento cin- cuenta antes que Aristóteles, aunque con una gran distancia de pensamiento.

Podemos decir que la filosofía confuciana es el pensamiento que más ha influido, e influye, en una parte importante de la población mundial, durante un periodo más largo que ningún otro, 2500 años de historia, más que ningún otro pensamiento o filosofía en la historia.

La filosofía del Imperio

La visita al templo de Confucio en Beijing la hice poco después, y he vuelto varias veces, la última hace tres meses, acompañado por mi amigo Lao Sun. Me llamó mucho la atención la colección de estelas en las que se grababan, desde el siglo XIV, los nombres de los que habían pasado, cada tres años, el examen superior para el mandarinato.

¿Por qué esta colección en el Templo de Confucio? Esto tiene especial sentido aquí: todos los funcionarios del Imperio debían demostrar, en esos exámenes, su conocimiento de la filosofía confuciana, junto con los conocimientos de historia, literatura, leyes…

Confucio será así, desde el siglo II a. C, el núcleo esencial de la civilización y cultura chinas, según decreto del emperador Han Wudi, que se mantuvo vigente hasta principios del siglo XX, aceptado por todas las dinastías siguientes, y hoy sigue vigente por voluntad del Partido Comunista de China: todos los funcionaros serán «letrados», expertos en la comprensión y aplicación de los textos confucianos, además de las otras disciplinas.

Nunca un filósofo había alcanzado, como ya he subrayado, ni alcanzaría, tal importancia; y ningún otro filósofo, en nuestra civilización, a pesar de la importancia que damos a «nuestros» filósofos griegos, ha alcanzado el honor de formar parte del cuerpo de doctrinas y ciencias que todo político debe do- minar para ocupar un puesto en la administración del Estado. Como expresión de esa importancia, en esa misma época, hace 2200 años, se fundó la primera universidad china, y primera del mundo, para estudiar y trasmitir su filosofía, junto a las otras ciencias.

¿Por qué se le denomina «templo» de Confucio? Como ya expliqué, es una mala traducción occidental pues el confucianismo no tiene ningún sentido religioso. La traducción exacta, en vez de «templo», debería ser «centro de cultura» o «centro de enseñanza confuciana». Hay un «culto», o respeto y admiración, a Confucio como pensador, como «letrado».

¿Tiene eso algo que ver con la importancia que se le da a la cultura, a la educación, en la civilización china? ¡Por supuesto! En China la enseñanza, el 113 aprendizaje, la cultura… tienen un valor prioritario, un valor político por cuanto deben ser el fundamento de la vida de los ciudadanos, «políticos» o miembros de la «polis», como decimos en Occidente. La aspiración de la ética confucia na es que cada generación pueda progresar en conocimientos y de ahí el esfuerzo de todos los padres por que su hijo estudie la política del Gobierno, por facilitar estudios a la mayoría de la población. No hay más que repasar, en zonas rurales y abruptas, los inverosímiles caminos que se abren en zonas montañosas para que los chavales puedan llegar a la escuela más cercana, a veces a kilómetros de distancia.

Qué es, entonces, el confucianismo

En abril de 2003, pude estudiar este tema en la documentación del Congreso de Confucianismo, celebrado en Qufu, ya que no pude asistir personalmente. Resumiendo esa documentación: la «santidad» es la perfecta conformi-

dad del hombre con la naturaleza y con la sociedad. Las personas, o ren, vivimos en una sociedad a la que pertenecemos, y debemos aceptar sus normas racionales de conducta: «no hagas a otro lo que no quieras para ti», expresión que Kant recogió, más de dos mil años después, en su Crítica de la razón práctica: la fraternidad humana, la solidaridad, la reciprocidad en las relaciones entre todos, la lealtad a la palabra dada, el acatamiento del orden y la jerarquía, tanto en la familia como en la sociedad, son valores éticos básicos de la enseñanza confuciana.

Hay unas normas, o ritos, ceremonias, buenas maneras, que no son estáticas, sino que están en continua mutación, como lo está toda la sociedad. Su aplicación, en cada época, debe ir en consonancia con la evolución social y con el progreso, aunque, en determinados momentos históricos, las normas se han entendido en sentido más conservador. Por cierto, esto lo ha asumido muy bien el Partido Comunista de China, como veremos.

Y ¿qué influencia tienen esos conceptos en lo que hoy llamamos política?

La filosofía confuciana es, ante todo, una filosofía política, una filosofía sobre la sociedad y una ética política, es decir, que debe aplicarse a la organización de la sociedad. El Gobierno es correcto si satisface las necesidades de la población, en el presente y para el futuro. El sabio es correcto si dice la verdad al príncipe, aunque no le guste. La persona no es un individuo aislado, sino que está sometida a la sociedad o inserta en ella y en los intereses colectivos, como

114 parte de ella, y los intereses de la sociedad en su conjunto deben estar siempre por encima de los intereses individuales.

Evidentemente, estos enunciados ético-políticos, nos pueden parecer muy utópicos a los que vivimos en una sociedad, en una cultura, bajo unos dictámenes políticos en los que el individuo está por encima de todos, y sus «derechos» son defendidos frente a todo sentido colectivo.

Véase, por ejemplo, lo que se cita siempre como ideal occidental: el «sueño americano», el triunfo de determinadas individualidades que, por encima de dificultades y obstáculos de nuestro mundo competitivo, consiguen triunfar y tener éxito económico o empresarial.

El «sueño chino», en cambio, es el avance y progreso de la sociedad, de la colectividad en su conjunto, que redunda en beneficio y progreso para todos.

¡Parece muy utópico!

Sí, lo es. Todas las éticas políticas son utópicas. Señalan las pautas de comportamiento ético a las que hay que tender y luego, en la realidad, aunque no se llegue a su consecución perfecta, debemos ser fieles seguidores de esa ética colectiva, estar permanentemente aspirando y tendiendo hacia ella. Y los buenos políticos, los buenos gobernantes, serán los que están tendiendo y poniendo medios para llegar a ella.

La política confuciana pone el acento en la colectividad, los intereses de la colectividad por encima de los intereses del individuo. Es una aspiración ética muy lejos del individualismo que prevalece en otras sociedades.

¿Y la necesidad de la política a largo plazo?

Es una consecuencia lógica de toda la filosofía confuciana: la persona, y la persona en sociedad, es una continuidad histórica con sus antepasados y tendrá una continuidad histórica con sus descendientes, con las generaciones siguientes. Por ello el gobernante, el político, no debe ocuparse solo de mejorar la vida de sus coetáneos, sino también de la de sus descendientes, sus hijos, sus nietos…

Ya hemos comentado varias veces cómo todos los emperadores de más esplendor y mayor eficacia en su gobierno fueron aquellos que emprendieron grandes obras para el futuro, desde la Gran Muralla, construida, rehecha, o completada, a lo largo de casi dieciocho siglos; el Gran Canal, construido des- de el siglo VII y que aún sigue en parte sirviendo… Y cientos de proyectos y obras que se ejecutaron a lo largo de siglos, siempre gracias al trabajo y esfuerzo de varias generaciones.

Y también lo hemos destacado en las grandes obras actuales de largo plazo, como el trasvase de agua del sur al norte, cuyo tercer canal se completará en 2050. O la descarbonización total de China prevista para 2060…

Y, si entramos en los avances tecnológicos actuales: fíjate en el tiempo 115 que requieren casi todos los desarrollos más espectaculares, como los pasos para la conquista del espacio, la construcción de una base permanente de investigación en la Luna, con renovación continua de equipos de técnicos, o la llegada a Marte… O la importancia y la inversión que se dedica a la ampliación y tecnificación de universidades, centros tecnológicos, etc., o los medios para frenar el cambio climático, que solo tiene solución a largo plazo, o la lucha contra la desertificación que está llevando a la plantación de muchos millones de árboles (sí, solo la «muralla verde» para contener el desierto de Gobi ha plantado ya cien millones), política que empezó en 1978 y durará aún durante varios decenios… O los avances en inteligencia artificial, informática cuántica…

El lema político confuciano, asumido por el socialismo chino, es trabajar también para las próximas generaciones.

Confucianismo y marxismo

El marxismo es una filosofía o un método de análisis económico y social que procede de Europa e influye en el pensamiento político chino, sobre todo en los antecedentes y el desarrollo del Partido Comunista de China; con la ventaja, creo, de que, como no es de origen chino ni se basa en la filosofía confuciana, ni el pensamiento político chino, el Partido Comunista de China lo acoge, lo asume y lo integra en su concepción política sin el más mínimo atisbo de dogmatismo ni de imposición, como una filosofía exógena a todo el desarrollo de la filosofía confuciana, pero integrable en su acervo político, en la medida en que puede coincidir y expresar su filosofía ética y política. Porque el con- fucianismo, con su historia de siglos de convivencia con otras filosofías o mo- dos de pensar, está muy abierto a integrarlos en la medida en que potencian y enriquecen sus valores éticos y políticos, como ha ocurrido en buena medi- da con el taoísmo.

Es un punto de análisis y «confrontación» entre confucianismo y marxismo que me viene inquietando hace tiempo, y así lo reflejo en mis escritos y conferencias. Porque creo que ahí hay un punto de posible diálogo y entendimiento muy profundo entre la izquierda europea progresista y el Partido Comunista de China que puede potenciar el diálogo entre China y Occidente.

Por ello, en mi último viaje a China, en octubre de 2024, con motivo de mi nombramiento y condecoración como embajador de amistad con el pueblo chino, propuse un diálogo y debate sobre este tema con varios organismos del Gobierno y del Partido Comunista de China. Necesitaba confirmar, o contrastar, si mi visión de simbiosis entre confucianismo y marxismo era acertada.

Diálogo/conversación con el Instituto de Marxismo

De entre las conversaciones mantenidas sobre el tema en esos días, destaco la que tuve con la Academia de Ciencias Sociales de China. La Academia de Ciencias Sociales de China es el mayor think tank, o centro de pensamiento, de China y del mundo, con miles de investigadores en diversas tecnologías, inteligencia artificial, ingenierías, derecho, filosofía, economía, medicina… Cuenta con 25 filiales, cien institutos, dos universidades, cuatro centros de documentación e información, tres centros de tecnología y dos unidades de publicaciones. Ha creado 430 empresas basadas en la ciencia y en la tecnología, de las que once cotizan en bolsa. Su sede central en Beijing es un edificio imponente de 30 plantas y tres bloques…

Había solicitado una reunión con dirigentes de esta «Academia» —CAAS—, precisamente para abordar ese tema que me preocupa: si mi visión de simbiosis entre confucianismo y marxismo es correcta. Y me convocaron a una reunión con los máximos dirigentes del Instituto de Marxismo de la CAAS.

Para mi sorpresa, se habían enterado de que cumplía esos días mis noventa años y me habían preparado un panel de felicitación con flores y luces, finísimo y enorme, en la pared central del restaurante, y una cena exquisita, que degustamos mientras debatíamos.

Evidentemente, me encontraba ante una posible conversación-debate, en ambiente familiar y amistoso, que auguraba un análisis a fondo, y así transcurrió toda la tertulia.

Es imposible transcribir todo su contenido, pero querría recoger lo más fielmente posible su mensaje.

En primer lugar, destacaría que, de las dos horas del encuentro, quizá las tres cuartas partes las dedicamos a hablar de confucianismo. Y, en segundo lugar, había un claro acuerdo en que el confucianismo es un sustrato básico de la política y ética que prevaleció en los más de dos mil años del Imperio del Centro, a lo largo de todas sus dinastías y con matices y desarrollo diverso en cada una de ellas. Y que el confucianismo sigue siendo un sustrato básico de la política y ética del Partido Comunista de China y sus sucesivos gobiernos, también con matices y desarrollo diverso. Es decir, existe una simbiosis clara, y asumida conscientemente, entre ambas filosofías. Toda nuestra conversación dejó perfectamente clara esta simbiosis, pues era el objetivo central por el que yo había solicitado esta conversación y así se me había aceptado.

¿Y dónde queda el marxismo?

Evidentemente, el marxismo es un sustrato ideológico básico del Partido Comunista de China, aplicado a la sociedad china, su filosofía propia y su cultura de milenios. No hay ninguna contradicción entre esas dos filosofías políticas, sino, como venimos explicando, una simbiosis enriquecedora. De ahí, creo, el Partido Comunista de China consigue ir trazando, sobre todo desde la Reforma de Deng Xiaoping, una línea política e ideológica nada dogmática, gracias a esa simbiosis original con la idiosincrasia de su cultura que es el confucianismo, muy adaptada a la realidad de la sociedad china, su historia y su filosofía, que hoy se evidencia caramente en lo que, desde Deng Xiaoping, se ha dado de denominar socialismo de características chinas, que quizá valga la pena desarrollar en otro artículo.

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