Antes de intervenir en el Third Global South Think Tanks Dialogue en Shanghái, tuve la oportunidad de participar en un recorrido intenso y profundamente revelador por varias provincias chinas. Viajar junto a reputados académicos y académicas de todo el mundo, como delegación por Sichuan y Anhui, visitando ciudades como Chengdu, Zigong o Hefei, me permitió conocer de primera mano el desarrollo urbano, tecnológico, académico e industrial que está transformando China en uno de los laboratorios de modernización más ambiciosos del planeta.
En cada una de estas visitas llevaba conmigo una idea que desde hace años se defiende en la Fundación Cátedra China: para comprender a China es imprescindible conocerla desde dentro. Vivir sus ciudades, hablar con sus responsables, observar sus proyectos, escuchar sus debates. Esa es la única forma de construir un entendimiento real entre España y China, un entendimiento que la fundación ha convertido en su razón de ser.
La primera etapa del viaje nos llevó a Sichuan, una región vibrante que combina tradición, innovación y un tejido académico de enorme vitalidad. En Chengdu, una ciudad llena de energía creativa, pudimos visitar universidades y centros tecnológicos que trabajan en campos tan diversos como la inteligencia artificial, la robótica avanzada o las nuevas energías.

Me impresionó especialmente la integración entre campus universitarios, tejido empresarial y administración. En China, la innovación no se concibe como un ejercicio aislado, sino como el motor de desarrollo económico y social. Ese enfoque pragmático —investigar para transformar— es algo que en España podemos comprender bien, pero que en China adquiere una escala y una velocidad extraordinarias.
Desde la Fundación Cátedra China se insiste en la importancia de que España estreche sus lazos académicos con China. Y este viaje refuerza esa convicción: comprender cómo China combina educación, ciencia y modernización es esencial para construir puentes que beneficien a ambos países.
También en la provincia de Sichuan, Zigong, es una ciudad menos conocida en España pero profundamente reveladora para entender el modelo chino de desarrollo regional. Zigong ha sabido convertir su patrimonio histórico —especialmente su tradición salinera y el atesoramiento de sus yacimientos arqueológicos ricos en fósiles de dinosaurios— en un valor que convive con industrias emergentes, tecnologías avanzadas y una planificación urbana pensada para las próximas décadas.

Fue una visita que reforzó mi percepción de que China no es un país uniforme: es un mosaico de identidades regionales, estrategias económicas y proyectos de desarrollo diferenciados. Con frecuencia, desde Europa, observamos China como un bloque homogéneo. Pero Zigong demuestra justamente lo contrario: que la diversidad interna es una de las grandes claves de su éxito.
Entre otras muchas ideas, me llevo una reflexión que funciona como una clave, comprender a China exige asumir su pluralidad, exactamente igual que en nuestro país.
La última parte del viaje antes de viajar en tren bala a Shanghái nos llevó a la provincia de Anhui y, en particular, a su capital, Hefei, una de las ciudades que mejor ilustran la transformación acelerada del urbanismo chino. Hefei es hoy un motor tecnológico y un centro de innovación científica, pero también un espacio donde se está experimentando con nuevas formas de gobernanza urbana.
Allí tuvimos una experiencia que me marcó profundamente: la visita a Fangxing Community.
Entendí el Fangxing Community como un microcosmos del proyecto político y social que China está desarrollando bajo el liderazgo de Xi Jinping. Es un espacio donde la ciudadanía encuentra, en un mismo punto, servicios integrales que van desde: la atención sanitaria primaria, los centros de día y servicios para personas mayores, servicios de apoyo psicológico y social, actividades culturales y deportivas, trámites administrativos accesibles, mediación comunitaria, o espacios de reunión y participación vecinal… todo ello en el corazón de una gran ciudad, en plena expansión urbana.
Esta forma de organizar la vida comunitaria refleja algo que considero esencial para entender la gobernanza china contemporánea: el esfuerzo por situar al ciudadano en el centro de la acción pública. Es una visión que combina planificación urbana, tecnología aplicada al bienestar y un enfoque social muy estructurado. En definitiva, humanizar las grandes urbes que desarrolla China a través de servicios de cercanía comunitarios.
Mientras recorría Fangxing, pensaba en cómo esta experiencia podría dialogar con nuestras políticas de bienestar en España. Y pensé, una vez más, en el papel de la Fundación Cátedra China como puente para facilitar ese diálogo: como un espacio donde ambos países puedan aprender mutuamente sobre modelos de ciudad, sistemas de cuidados y políticas sociales.
Uno de los elementos que más me impresionó durante el viaje fue la aplicación concreta de la tecnología al entorno urbano. Sistemas de movilidad inteligente, monitorización ambiental, eficiencia energética, telemedicina o plataformas de participación ciudadana forman parte del día a día de muchas ciudades chinas.
China ha logrado llevar la innovación desde el laboratorio hasta la calle. Y eso tiene un impacto directo en la calidad de vida de la población.
Tras los días de trabajo en Sichuan y Anhui, llegamos a Shanghái para participar en el Third Global South Think Tanks Dialogue, Donde en nombres de la Fundación Cátedra China y como miembro del Partido Socialista Obrero Español, tuve la oportunidad de compartir mi mirada sobre la cooperación internacional, la importancia de reconocer la diversidad de modelos de desarrollo y el papel que España quiere desempeñar en un mundo en transformación.

En mi intervención defendí que comprender la diversidad no es un gesto diplomático; es un imperativo político. Para construir un orden internacional más justo debemos aceptar que no existe un único camino hacia la modernización.
China lo ha demostrado con hechos: su modelo es distinto al europeo, pero ha logrado avances extraordinarios en reducción de pobreza, desarrollo tecnológico y ampliación de servicios públicos.
Hablé también de algo esencial para nosotros en España: la igualdad entre mujeres y hombres. Defendí que ningún país puede aspirar al desarrollo sostenible si la mitad de su población no tiene acceso pleno a derechos, oportunidades y representación.
Nuestro modelo de cooperación sitúa la igualdad como un eje transversal, algo que fue recibido con mucho interés por los representantes de otros países. Y es una dimensión donde España puede aportar experiencias valiosas.

Durante mis encuentros con representantes de Asia, África y América Latina, comprobé que esta prioridad es compartida por numerosos países del Sur Global. La promoción y defensa de la diversidad y el avance constante hacia la igualdad entre mujeres y hombres es, al mismo tiempo, un objetivo y una herramienta: cuando avanza, se multiplican las oportunidades, la estabilidad social y el crecimiento económico.
Esta idea conecta directamente con otra reflexión en la que coincidimos muchos ponentes en el diálogo de Shanghái: la cooperación internacional debe abandonar definitivamente cualquier tentación de imposición.
No es aceptable plantear modelos de desarrollo que ignoren la historia, la cultura o las instituciones de cada país. Por eso, en cada momento, siempre he defendido el cumplimiento estricto de los derechos humanos, y con la misma fuerza, que no es aceptable condicionar la ayuda a orientaciones políticas o económicas que responden más a intereses externos que a necesidades internas.
Desde España defendemos un modelo de cooperación basado en el fortalecimiento de los servicios públicos —educación, sanidad, protección social, sistemas de cuidados— y en la ampliación de derechos sociales. Este enfoque coincide, en muchos aspectos, con la filosofía de cooperación china, basada en el respeto a la soberanía y en la búsqueda de beneficios mutuos. A ambos lados compartimos la idea de que cada nación debe construir su propio camino hacia la modernización.
Naciones Unidas Lanza permanentes llamadas de atención; Uno de los mensajes más repetidos últimamente desde Naciones Unidas —y que mencioné con claridad durante mi intervención— es alarmante y directo: si la comunidad internacional no aumenta significativamente la financiación para cooperación, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) no se cumplirán en 2030.
El Secretario General ha sido contundente. Los flujos globales de cooperación están muy por debajo de lo prometido y, en muchos casos, retrocediendo. El compromiso del 0,7% del PIB para ayuda oficial al desarrollo, adoptado hace décadas por los países más ricos, sigue sin cumplirse de manera sistemática.
Mientras tanto, los retos globales se multiplican: desigualdad, crisis climática, tensiones alimentarias, brechas tecnológicas, migraciones forzadas. Ante este panorama, la financiación se ha convertido en el cuello de botella del desarrollo.
Por eso insistí en Shanghái en que la diversificación de fuentes de financiación —incluyendo la cooperación Sur–Sur y los mecanismos multilaterales alternativos— es indispensable. España está comprometida con fortalecer sus aportaciones, pero necesitamos que el conjunto de la comunidad internacional asuma que la Agenda 2030 no es un eslogan: es un contrato moral con el futuro de la humanidad. Y hoy está en riesgo.
La reforma del sistema multilateral fue otro de los temas centrales en mis conversaciones con colegas de distintos continentes. El mundo ha cambiado demasiado como para seguir operando con instituciones diseñadas para otra época. Necesitamos un sistema que represente mejor la diversidad geográfica, política y económica del siglo XXI.
Un multilateralismo inclusivo no consiste únicamente en ampliar asientos en organismos internacionales. Consiste en cambiar el enfoque: escuchar más a quienes históricamente no han tenido voz, superar las lógicas de bloques y abandonar la mirada paternalista que ha contaminado la cooperación durante décadas.
China tiene una experiencia relevante en la promoción de la cooperación Sur–Sur, y muchos países del Sur Global la reconocen como un socio que no impone. España, desde su tradición europeísta y su vocación progresista, puede actuar como puente entre modelos distintos, ayudando a reducir desconfianzas y buscando puntos de encuentro.
Si algo me quedó claro en Shanghái es que los grandes acuerdos y las transformaciones globales no surgen de la nada. Se construyen sobre conversaciones, investigaciones, intercambios de experiencias y trabajo académico sólido. Y ahí la Fundación Cátedra China desempeña un papel fundamental.
El conocimiento es, quizá, la herramienta más poderosa para desactivar prejuicios y para permitir un diálogo honesto entre Europa, China y el Sur Global. A través de seminarios, publicaciones, encuentros y redes profesionales, fomentamos una diplomacia del conocimiento que ayuda a desmontar estereotipos y a crear confianza mutua.
Regresé de Shanghái con un sentimiento doble. Por un lado, la responsabilidad de contribuir a transformar un sistema internacional que, tal como está, no responde a las necesidades de un mundo profundamente desigual. Por otro, la esperanza de comprobar que hay una enorme voluntad de cambio: de construir un desarrollo más justo, sostenible y diverso.

Estoy convencido de que el futuro de la cooperación internacional pasa por escuchar más que por dirigir, por cooperar más que por competir, por reconocer que la modernización tiene múltiples caminos y que todos merecen respeto.
En un mundo interdependiente, ninguna nación puede avanzar sola. Y eso lo vi con claridad en Shanghái, en cada intervención, en cada conversación, en cada gesto de quienes compartieron conmigo la convicción de que otro modelo de cooperación es posible: más humano, más inclusivo, más igualitario y, sobre todo, más acorde con la dignidad de los pueblos que conforman este planeta.


