Por EHDJ
Durante la creación y expansión en el siglo XVI del Imperio español, su archienemigo histórico, Gran Bretaña, no dudó en emplear una guerra sucia contra España dando patentes de corso a vulgares piratas para que, de forma subrepticia, debilitaran la Corona española —los franceses tampoco se quedaron atrás en esta empresa, aunque a menor escala—.
Tras desaparecer los imperios español, portugués, holandés y francés, y en los últimos estertores del Imperio británico, nació el IDM (Imperio del Destino Manifiesto), que adoptó —probablemente por la semejanza cultural— esas mismas tácticas de guerra sucia, como demostraron en los cinco continentes con innumerables golpes de estado, amaños electorales, campañas mediáticas de demonización internacional y guerras subsidiarias en las fronteras de sus países enemigos; es decir, cualquiera que no acepte ser obligado a formar parte de sus colonias.
El imperialismo vergonzante del siglo XIX y principios del siglo XX, en que participaron las potencias europeas de la época más el incipiente IDM, escribió todas las fronteras del continente africano con la sangre de los africanos heridos, muertos o esclavizados en su propia tierra o en los dominios americanos de sus nuevos amos. Como en Europa siempre se han utilizado formas muy civilizadas, en la Conferencia de Berlín de 1884-1885 se decidió el famoso Reparto de África, para así evitar una guerra entre las civilizadas potencias europeas. Y así se hizo.
El modelo se quiso repetir con China, lugar de excepcionales riquezas y de vastos territorios para ser colonizados. Todo comenzó con las infames Guerras del Opio, que orquestó el Gobierno Británico para satisfacer la avidez sin fin de sus comerciantes, frustrados porque a los chinos no les interesaban los productos británicos que, en comparación con los chinos, no eran más que unos juguetes de mala calidad, como aseveraban los chinos de la época. Y como el Imperio británico solo aventajaba a China militarmente, fue esa la baza que jugaron para saquear China, causando más de 20 millones de muertos en el bando chino. Pero, ¿a quién le importa?
A “la fiesta británica en China”, también se unieron los archienemigos de Gran Bretaña: los franceses, y poco más tarde ya estaban en China todas las potencias europeas más Rusia, Japón y EE.UU, para repetir el “Reparto de África”, pero esta vez el botín para repartir era China. Pero no hubo suerte: la infinita codicia de los imperios europeos desembocó en “La Gran Guerra o I Guerra Mundial”, salvándose China de ser fragmentada, al menos por el momento.
Gran Bretaña prometió a China la devolución de la colonia alemana de Qingdao en China al final de la guerra si China enviaba un contingente de trabajadores (unos 300.000) como mano de obra que, teóricamente, no estarían en el frente, sino en labores de logística de retaguardia (labor fundamental para el desarrollo de la guerra, que podría haber cambia su curso de no haber existido y cuestión de la que no se habla, como tampoco se habla del espantoso trato que recibieron esos trabajadores por parte de las autoridades británicas, un trato de esclavos). Ni qué decir tiene que, fiel a la tradición del Imperios británico, incumplió su palabra —así como la del IDM—, dejando claro en el Tratado de Versalles que sólo había dos objetivos: el primero, humillar y debilitar a Alemania; y el segundo, dejar claro al planeta entero que, a partir de ese momento, Francia, EE.UU, Reino Unido e Italia eran los nuevos amos del mundo.
Y como no hay una sin dos —dice el refrán—, no mucho más tarde comenzó la II Guerra Mundial y, antes de ella, las primeras invasiones imperiales de Japón en China, aprovechando la debilidad en que China había quedado tras el paso de las otras potencias coloniales y la ignominia sufrida en Versalles, lo que suponía para China la enésima humillación internacional.
Tras acabar la II Guerra Mundial, Taiwán debería haber pasado a manos chinas, tal y como el General MacArthur prometió, pero como se ve que “rectificar es de sabios”, prefirió que Taiwán fuera su portaviones insumergible —como él mismo lo definió—. De esta manera, el IDM se garantizaba dos cuestiones fundamentales para sus sagrados intereses: primero, evitar que Taiwán pudiera caer en manos de los malvados comunistas de Mao; segundo, tener una base permanente en el Mar de China, desde donde poder instigar a sus enemigos regionales: China y Rusia.
Aunque el IDM ayudó en la Guerra civil china al Kuomintang, los comunistas de Mao ganaron la guerra. Y cuando el Kuomintang se refugió en Taiwán rápidamente, el IDM salió en su apoyo con la esperanza de que Mao entrara en una guerra directa con el IDM que no podía ganar. Así, el IDM (que se autodenomina el líder del mundo libre) mantuvo a un dictador —Chiang Kai-shek— en el poder durante 50 años. Y ya en los años noventa, crearon un sistema bipartidista obediente al IDM, en el mismo formato de obediencia ciega que hay en Corea del Sur y en Alemania (por extraño que esto pueda resultar a las personas bien pensadas).
La Resolución 2758 de la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó en 1971 el reconocimiento de la República Popular de China (RPC) como “el único representante legítimo de China ante las Naciones Unidas”. Más tarde, el IDM y China firmaron los Tres Comunicados Conjuntos (1972, 1979 y 1982), en que el IDM reconoce que Taiwán es parte inalienable de China. Así pues, la legalidad internacional deja meridianamente claro que Taiwán es parte de China, además de una larga historia que nadie quiere recordar fuera de China, claro.
Y hoy en día nos encontramos con que el IDM sigue jugando con lo que ellos mismos denominan “Ambigüedad estratégica” para el caso de Taiwán. Por lo que al gobierno chino se le dice, incluso por escrito, que sí, que sólo hay una sola China; y luego, bajo cuerda o no, se le venden armas de última generación a Taiwán para que se defienda de una invasión de China, se le envían asesores militares para instruirles en tácticas OTAN y, de vez en cuando, van allí de visita varios congresistas del IDM para mostrarle su apoyo político en la esfera internacional.
Se mire como se mire, la “Ambigüedad estratégica” no es más que una falsedad manifiesta, que le llega al IDM de sus raíces en el supremacismo histórico del mundo anglosajón. Por el contrario, China siempre ha sido un país de palabra y honor; por eso goza de un prestigio y una confianza que cada día que pasa es reconocida por la mayor parte de los países del mundo. No somos lo que decimos ser: son exclusivamente nuestros actos los que nos definen.