China abraza al mundo

Mujer de etnia han vestida de manera tradicional, en el centro histórico de la ciudad de Pekín. Foto Sergi Lara

Mientras en Occidente se viven tiempos convulsos, con fuertes tensiones sociales y políticas, en China se vive un renacimiento real de sus culturas y tradiciones de la mano de un desarrollo económico y tecnológico sin precedentes. Afirmo esto desde mi propia experiencia como ciudadano occidental que reside en este momento en China, un país que ha apostado por dotar de todos los recursos necesarios a su población de casi 1.500 millones de habitantes, para que de este modo cada ciudadano se sienta a gusto en el país que lo vio nacer.

Tengo que decir en primer lugar, que los chinos me parecen por lo general personas amigables y alegres, y ello sin duda facilita mucho la convivencia humana y la construcción de una sociedad cooperativa. Una sociedad que ha tardado 80 años en pasar de la pobreza extrema a ser la vanguardia mundial en el uso cuotidiano de tecnologías avanzadas. De una manera sorprendentemente natural, hoy puedes ver en China a adultos mayores desenvolviéndose razonablemente bien con dichas tecnologías, al mismo tiempo que cada ciudadano actúa de manera responsable para que la convivencia se convierta en todo un modelo social que puede iluminar a buena parte del mundo.

En esto de la convivencia hay que ser muy claros. No puede haber seguridad ni justicia social si primero no tienes a una ciudadanía responsable y con valores, y sobre todo si no tienes a una sociedad en su conjunto que tenga todas sus necesidades básicas cubiertas. En este punto es en el que se encuentra hoy la República Popular China, si bien todavía tiene por delante un reto mayúsculo para los próximos 20 o 25 años, como es el de asegurar los recursos que permitan la consolidación de una “sociedad modestamente acomodada” de 1.500 millones de habitantes. En este sentido insisto en la idea de que nunca en ningún lugar del mundo hubo una estructura política que plantease este gran desafío para tanta población.

Durante los siglos anteriores vinculados a las principales dinastías imperiales, China no tuvo especial necesidad de expandirse por el mundo como sí lo hicieron las principales potencias occidentales. Pero en la China del siglo XXI hoy no es posible avanzar en un desarrollo completo si no se establece un marco sólido de intercambio con el resto de las naciones del mundo. Es muy importante tener claro este concepto del intercambio vinculado a la cooperación para un desarrollo integral de toda la humanidad, a diferencia del modelo occidental basado en la imposición y en el expolio a cambio de nada.

Un Buda monumental en uno de los edificios adosados a la gran Pagoda Blanca de Pekín, una de las más antiguas del país. Foto Sergi Lara

Durante varios milenios, el budismo, el confucionismo y el taoísmo han sido filosofías que han conformado la manera de pensar en China por parte de sus ciudadanos, cada cual con sus matices y particularidades que también ha permitido la adopción del cristianismo y el islam. Este sincretismo de filosofías y creencias es uno de los pilares que favorecieron el desarrollo de la sociedad cooperativa en China, la cual acabó por perfeccionarse a partir de la Revolución Comunista de 1949. Pero la China actual, una vez superada la etapa de desarrollo industrial masivo, está llamando a la puerta del resto de países del mundo porque sabe que no será posible avanzar sin un abrazo fraternal entre todos los pueblos y civilizaciones de la Tierra.

China, pues, abraza al mundo por convicción y por necesidad mutua, a diferencia del modelo excluyente occidental basado en imponer por la fuerza unas culturas sobre otras. El gran proyecto de la “Franja y la Ruta” para exportar e importar productos entre China y el resto del mundo está planteado como un mecanismo de cooperación que asegure recursos por un lado y proyecte desarrollo efectivo por otro lado. Y esta es una diferencia sustancial a lo que hasta el momento se había vivido en América Latina, en África y en Asia bajo la supremacía de las potencias occidentales. Es decir, lo que hoy propone China es que sin un desarrollo completo en todo el planeta no puede haber progreso compartido, ni bienestar compartido y ni mucho menos sostenibilidad compartida.

Patio interior en el acceso a la histórica Pagoda Blanca de Pekín, símbolo de multiculturalidad de la China milenaria. Foto Sergi Lara

El abrazo de China hacia el mundo, pues, no debe ser visto como una amenaza sino como una oportunidad. Una oportunidad para que definitivamente se imponga el multilateralismo para solucionar cualquier disputa territorial o cualquier fricción nacional. De hecho, un mundo superpoblado y con recursos finitos únicamente podrá ser gestionado a partir del concepto de multilateralismo, por mucho que les cueste aceptar a las élites occidentales. Asimismo, será igualmente vital trabajar en las narrativas que aboguen por la multiculturalidad frente a las posiciones políticas excluyentes. Éste ya no es un tema ideológico, sino un tema de gestión efectiva para la supervivencia de la humanidad.

Tanto en los estudios biológicos como en los estudios antropológicos, se sabe que la exclusión solo lleva al empobrecimiento de un ecosistema o de una sociedad, a diferencia de la diversidad, ya sea biológica o cultural. Una diversidad que es fundamental a la hora de asegurar la supervivencia de cualquier especie. Una diversidad que en la naturaleza misma observamos cuando todas las especies se relacionan de manera cooperativa para sobrevivir conjuntamente. Una diversidad que en el plano cultural puede llevar a la humanidad a alcanzar sus cotas de desarrollo más elevadas, siempre y cuando haya una cooperación efectiva en la que todos los pueblos de la Tierra sean ganadores y no perdedores.

Observando la ciudad de Pekín desde los miradores del maravilloso Parque Jinshān, por un lado, impresiona la definición del llamado “Eje Central” de edificios y espacios de época imperial vinculado a las antiguas dinastías chinas, extendido en sentido sur-norte. Por otro lado, en sentido este-oeste se observa la expansión de una de las mayores capitales del mundo a través de una planificación ejecutada de manera minuciosa durante las últimas décadas, que sin duda ejemplifica lo que puede ser un modelo de desarrollo para los países que en este momento tratan de superar el subdesarrollo.

Evidentemente, China ha acumulado grandes recursos para alcanzar este nivel de desarrollo, pero definitivamente no le quedaba otra opción si su civilización milenaria quería seguir avanzando en el siglo XXI. Un siglo que se encuentra en un momento convulso para muchos países, pero que únicamente podrá resolverse a favor de toda la humanidad si la cooperación y la empatía acaban siendo los pilares de un nuevo orden mundial en construcción, multilateral y multicultural.

Panorama desde los miradores del hermoso Parque Jinshān, donde se observa todo el perímetro de la legendaria Ciudad Prohibida de Pekín, también conocido como Palacio Imperial. Foto Sergi Lara