La mejor victoria es vencer sin combatir
Sun Tzu
Pacientemente, la República Popular China va tejiendo una amplia red de alianzas internacionales a lo largo y ancho de los cinco continentes. Dos de ellas son bastante conocidas, como la Nueva Ruta de la Seda y los BRICS. Una tercera coalición, de tipo comercial, sería la de sus propias multinacionales, presentes en decenas de mercados a escala mundial. En el campo militar, su principal alianza es con Rusia y en menor medida con Corea del Norte, pero es evidente que el Imperio Celeste se está armando para defender mejor sus aguas orientales, con el fin de alejar el riesgo militar de los EE.UU. del amplio frente marítimo asiático, desde Japón hasta las islas Filipinas, tanto en el Océano Pacífico como en el Indo-Pacífico.
Una quinta alianza es la Organización de Cooperación de Shanghái, a la cual va dedicado este artículo.
El último día de agosto de 2025, Tianjin se convirtió en el epicentro simbólico de un mundo en transformación. A orillas del mar de Bohai, los líderes de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO) se reunieron para renovar su propósito y proyectar su visión hacia las próximas décadas. No fue solo una cumbre más, sino una escena cuidadosamente compuesta: una coreografía diplomática donde Oriente comenzó a esbozar, con trazos firmes pero prudentes, su idea del porvenir global.
La Declaración de Tianjin y la Estrategia de Desarrollo 2026–2035 marcaron el tono de esta nueva etapa. El bloque reafirmó principios como la soberanía, la no injerencia y la cooperación equilibrada, pero lo hizo con un aire de madurez institucional. Las palabras clave fueron estabilidad, interconexión y multipolaridad. Más allá de los discursos, la cumbre insinuó una voluntad común: la de construir un orden internacional menos dependiente de los marcos establecidos por Occidente y más abierto a las prioridades del llamado Sur Global.
Lo que comenzó hace dos décadas como un foro regional centrado en la seguridad fronteriza se consolida ahora como un espacio de coordinación estratégica. La SCO ya no se limita a ser una alianza de conveniencia: busca definirse como una plataforma de gobernanza alternativa, donde el desarrollo tecnológico, las cadenas de suministro, la energía y las infraestructuras configuran una nueva expresión de poder. Tianjin, en ese sentido, no fue solo un lugar, sino un símbolo del desplazamiento del centro de gravedad mundial hacia Asia.
El mensaje implícito de la cumbre fue que el mundo ya no gira alrededor de un único eje. La multipolaridad dejó de ser una aspiración para convertirse en un principio organizador. Los países miembros manifestaron su deseo de cooperar sin hegemonías, de defender el multilateralismo y de promover un comercio más equitativo. Sin embargo, el verdadero alcance de estas declaraciones dependerá de la capacidad de la SCO para convertir su discurso en mecanismos efectivos. Las promesas de coordinación financiera y tecnológica, así como la creación de nuevos centros regionales de seguridad, apuntan en esa dirección.
Desde una mirada geopolítica, Tianjin representa un punto de inflexión. La SCO emerge como un foro que articula las aspiraciones de países que buscan un margen de maniobra frente a la competencia global. Su narrativa no es de confrontación directa, sino de coexistencia estratégica: un intento por redefinir la globalización desde otras coordenadas culturales y económicas. Esta postura, que algunos describen como “multipolarismo pragmático”, refleja la intención de equilibrar la autonomía nacional con la interdependencia regional.

El trasfondo de la reunión no fue solo institucional. En un mundo sacudido por guerras, sanciones y rivalidades tecnológicas, los países de la SCO perciben la urgencia de proteger sus propias rutas de desarrollo. De ahí la insistencia en la conectividad física y digital, en las alianzas energéticas y en la cooperación en inteligencia artificial. Tianjin proyectó la imagen de un bloque que no busca aislarse, sino diversificar sus opciones. En su lógica, el poder no se acumula en un solo centro, sino que se distribuye en redes de colaboración que desafían las jerarquías tradicionales.
La dimensión simbólica de la cumbre fue igualmente relevante. Frente al lenguaje de la competencia, la SCO planteó el de la coexistencia. Frente a la idea de bloques antagónicos, habló de puentes y corredores. Esa retórica -más conciliadora que beligerante- pretende ofrecer una alternativa a la agotadora confrontación del sistema internacional actual. Sin embargo, bajo ese tono constructivo subyace una disputa silenciosa por el liderazgo del orden global: ¿quién lo diseña, ¿quién lo sostiene? y, sobre todo, ¿quién se beneficia de él?
En los pasillos de Tianjin se respiraba una mezcla de pragmatismo y ambición. Nadie hablaba de revolución, pero todos entendían que el equilibrio mundial está oscilando. La SCO, en su diversidad interna, representa un experimento de cooperación entre potencias que no comparten sistemas políticos ni modelos económicos, pero sí una convicción común: la necesidad de un mundo más plural en sus centros de decisión. Esa pluralidad, aún incipiente, podría convertirse en la base de una gobernanza más descentralizada.

Las repercusiones de Tianjin podrían sentirse a medio plazo en varios frentes. En la economía, con nuevos corredores comerciales y bancos regionales que reduzcan la dependencia del dólar. En la seguridad, con mecanismos de respuesta más ágiles ante crisis locales. Y en la política internacional, con una narrativa de soberanía cooperativa que atraiga a países cansados de la lógica de bloques.
Tianjin, más que un acuerdo puntual, fue una declaración de intenciones. Una invitación a repensar la globalización desde la periferia hacia el centro. La SCO no promete una utopía ni un sistema cerrado, sino una transición: del mundo unipolar al mosaico de influencias que se vislumbran en el siglo XXI. En el eco de sus debates resuena una certeza: el futuro no pertenecerá a quien imponga su modelo, sino a quien logre tejer alianzas sostenibles en medio de la diversidad.
Quizás por eso, al concluir la cumbre, más allá de los comunicados oficiales, quedó la sensación de que algo se había desplazado sutilmente en la arquitectura internacional. En Tianjin, Oriente no desafió abiertamente al mundo; simplemente empezó a esbozarlo con sus propios colores.
Notas al pie
1- Creada en 2013, supone el desarrollo de una vasta red de infraestructuras varias (terrestres, marítimas, energéticas, de comunicación) mediante la adhesión de 150 naciones al diseño, financiación, construcción y explotación de las mismas. Dichos proyectos y obras promoverán los lazos comerciales, así como el desarrollo económico en los países beneficiarios.
2- Fundada en 2009, la alianza de estas naciones funciona como un foro económico y político internacional de países emergentes. Está representada en torno al 45% de la población mundial en el BRICS+. Entre sus miembros se encuentran Arabia Saudí, Irán, EAU y Rusia, importantes productores de gas y petróleo. Además de poseer grandes reservas energéticas, su comercio está estrechamente asociado al dólar.
3- Ver: Christian Careaga. “Perspectivas del Modelo Empresarial Chino”. Editorial: Universitat Operta de Catalunya (2013). La obra contempla la apreciable influencia de las empresas multinacionales chinas en todo el planeta.
4- Tianjin es la quinta ciudad más poblada de China, con una población en torno a 15 millones de habitantes
5- Con sede en Pekín, esta institución intergubernamental se fundó en 2001.
6- Su finalidad es fortalecer las relaciones entre sus miembros, promover la cooperación en asuntos políticos, económicos y culturales, al tiempo que garantizar la paz y seguridad regionales.


