El 4 de diciembre de 2025, Washington publicó oficialmente el nuevo Documento Estratégico de EE.UU. (Estrategia de Seguridad Nacional 2025), que marca un giro radical hacia una política del “Estados Unidos primero”, rompiendo con el enfoque globalista de las últimas décadas y adaptando su política imperial a los nuevos tiempos.
Puntos clave del Documento Estratégico 2025
- Principio rector: “America First”. Toda la política exterior se subordina a los intereses fundamentales de EE.UU., dejando de lado compromisos globales que no tengan impacto directo en sus intereses económicos a corto y medio plazo.
- Crítica al pasado reciente. El texto acusa a gobiernos anteriores de haber debilitado la base industrial y la clase media norteamericana, de no ser suficientemente persuasivos con los aliados que no querían costear una OTAN en la que son irrelevantes (ya que dinero no les sobra) y de mantener un globalismo ruinoso.
- Decálogo de principios. La estrategia se articula en diez principios que ponen siempre a EE.UU. en primer lugar, mostrando el típico nacionalismo reactivo de los imperios en decadencia.
- Cinco prioridades globales. Aunque no se detallan todas en los resúmenes, incluyen seguridad fronteriza, protección de la economía nacional, control de la migración, lucha contra el narcotráfico y contención de la influencia extranjera considerada hostil; es decir, aranceles, deportaciones, control de los medios y manga ancha para la intervención en terceros países con la excusa de combatir el narcotráfico.
- Enfoque regional
- Hispanoamérica: regreso de la lógica de la Doctrina Monroe, con énfasis en frenar la influencia de potencias externas en la región.
- Europa: reducción de su influencia estratégica global.
- Asia: prioridad en contener a China por cualquier medio.
- Lenguaje revisionista El documento rechaza explícitamente la promoción global de la democracia y las intervenciones militares prolongadas, defendiendo un repliegue hacia intereses estrictamente nacionales y cortoplacistas.
Trump ha impulsado la creación del C-5. La idea es construir un nuevo club de potencias, que incluiría a EE.UU., Rusia, China, India y Japón, dejando de lado al G7 tradicional, no necesariamente con la idea de liquidarlo, pero sí con la intención de sustituirlo como herramienta de gobernanza global. Este foro sería un espacio de negociación entre grandes potencias, pero no se llama G5 (porque éste ya existe y tiene otro ámbito y lógica diferente).
Es evidente que el equipo de Trump es consciente de que el mundo ha cambiado y que no se parece en nada al que resultó después de la II Guerra Mundial. Ahora los actores son otros y los desafíos sistémicos también. Por ese motivo, se ha de contar con Rusia —aunque a algunos les moleste—, con China —principal rival/enemigo a batir—, con India —potencia emergente donde la hubiera— y con Japón —por su peso económico y monetario actual—. No es casualidad que los países antaño más industrializados de Europa se hayan caído de la lista, porque el colapso de la economía europea ya es completamente visible por mucho que los gobiernos se afanen en maquillar sus cuentas públicas y, lo peor de todo, es que la tendencia económica de Europa (incluida Gran Bretaña), muestra un deterioro muy severo que aún no todos son capaces de vislumbrar. Por eso, Washington los ha dejado fuera de la mesa de los mayores.
Llama la atención en el Documento Estratégico 2025, el regreso “a cara descubierta” de la Doctrina Monroe. Es significativo, que cuando en 1823 el presidente James Monroe, que resumía la idea de “América para los americanos”, dejando claro que todo el continente tenía que ser la esfera de influencia/seguridad de los EE. UU y que, consideraba que estaba justificada, porque él consideraba que todas las grandes potencias tenían el derecho de tener su propia esfera de influencia/seguridad. Pero con el tiempo, la Doctrina Monroe se ha convertido en un privilegio exclusivo de Washington que, sin el menor rubor, niega al resto de potencias, y que pisotea, una vez más, el derecho internacional.
Resulta evidente que EE. UU, ha tomado conciencia de que el mundo actual es multipolar, por mucho que le disguste, y la única manera de mantener a flote su imperio, es hacer diplomacia con las verdaderas potencias del momento. Si se llega a constituir el C-5, estaremos en un momento equiparable a la Conferencia de Bretton Woods (1-22 de julio de 1944) y a la Conferencia de Yalta (4-11 de febrero de 1945), eventos que construyeron la arquitectura de postguerra.
China valora positivamente estar incluida en el C‑5, porque legitima su papel como potencia global y le da voz en un foro reducido. Dado que China fue excluida del G7, es evidente que la nueva situación refleja un reconocimiento de su peso en la geopolítica y geoeconomía global completamente merecido. China es consciente de que el club del C-5 puede convertirse en un instrumento de Trump para redefinir las reglas del juego internacional en beneficio de EE.UU., lo cual parece obvio, cosa muy distinta es que lo consiga.
La composición del C‑5 muestra a todas luces, que Occidente se ha reducido a EE. UU. y que el peso de la economía mundial está en la zona Asia-Pacífico, convirtiéndose ésta en el nuevo eje que articula la gobernanza mundial. China se muestra satisfecha y prudente. Falta saber qué piensan el resto de actores sobre la viabilidad de la propuesta, porque ya nos imaginamos la reacción de los países que estarán ausentes. La geopolítica global está redefiniendo el planeta a gran velocidad, está claro que llegan vientos de cambios radicales en la arquitectura mundial.


