En el primer trimestre de 2025, la economía de Estados Unidos muestra signos de estancamiento, con una contracción del PIB de un 0,3%. Mientras tanto, China sigue ampliando su ventaja con un crecimiento del 5,4%. Esta divergencia económica no es casual: es el reflejo del éxito de la revolución económica y tecnológica impulsada por China, que ha fortalecido su mercado interno, modernizado su industria y acelerado su autonomía en sectores estratégicos.
En abril, el comercio exterior de China ha continuado expandiéndose a pesar de los fuertes aranceles estadounidenses sobre los productos chinos. Las exportaciones de China en abril han crecido un 9,3%, mientras que las importaciones lo han hecho en un 0,8%. Dentro de este marco global expansivo del comercio exterior chino, las exportaciones a Estados Unidos han tenido una caída del 1,5%, mientras que las importaciones de China procedentes de Estados Unidos han caído un 3,7%.
Estados Unidos se encuentra ante un contexto interno difícil. Tasas de interés altas, presión inflacionaria persistente y un mercado laboral que muestra signos de debilitamiento afectan al consumo y a la inversión privada. Además, las restricciones comerciales impuestas a China no parece que puedan lograr reindustrializar a Estados Unidos, y el desacoplamiento económico está encareciendo los insumos clave y mermando, en consecuencia, la competitividad de las empresas estadounidenses. La reubicación de industrias norteamericanas estratégicas desde China hacia países como México o Vietnam, si llega a producirse, será más lenta de lo previsto, limitando los hipotéticos beneficios esperados de la «nearshoring».
Por el contrario, China ha logrado adaptarse rápidamente. Pese a las sanciones y restricciones al acceso a tecnología occidental, Pekín ha acelerado la sustitución de importaciones, fortalecido su mercado interno y consolidado alianzas con otros países emergentes. Las políticas de estímulo interno, enfocadas en infraestructura, energías renovables, inteligencia artificial y digitalización, están sosteniendo un crecimiento dinámico a pesar de la presión externa. Los avances en semiconductores de fabricación nacional, inteligencia artificial (IA) y nuevas tecnologías están reduciendo su dependencia de proveedores occidentales.
La guerra comercial, que comenzó con aranceles y escaló a un conflicto de alta tecnología y finanzas, ahora impacta en la economía global. Estados Unidos intenta contener a China mediante bloqueos generalizados en sectores estratégicos como los chips avanzados y la maquinaria necesaria para fabricarlos. También busca reforzar alianzas tecnológicas, como el CHIPS Act, incentivando la producción doméstica de semiconductores e implicando a Japón, Corea del Sur y Europa.
Sin embargo, la respuesta china ha sido igual de contundente. Pekín ha lanzado ambiciosos programas de inversión en investigación y desarrollo, y está promoviendo la autosuficiencia tecnológica como una prioridad nacional. Empresas como Huawei y SMIC están impulsando innovaciones propias, desafiando las restricciones estadounidenses. China también lidera en áreas como robótica, baterías para vehículos eléctricos, energías renovables y fintech, consolidando su rol de potencia tecnológica emergente. Además, el desarrollo tecnológico chino se está realizando en código abierto para que pueda ser compartido por toda la humanidad. Hemos visto el código abierto en la IA desarrollada por DeepSeek y estamos viéndolo, igualmente, en la nueva generación de chips avanzados con tecnología abierta RISC-V que sustituyen a los ARM y x86 norteamericanos
Este escenario proyecta un 2025 donde China no solo crece más rápido, sino que también empieza a ocupar espacios de liderazgo en sectores como inteligencia artificial, energías verdes y comercio internacional. La Iniciativa de la Franja y la Ruta evoluciona con fuerza, orientándose hacia el desarrollo de infraestructura digital y la creación de corredores de datos que potencian la conectividad global y consolidan nuevas alianzas tecnológicas.
Para Estados Unidos, la prioridad debería ser corregir las distorsiones internas y replantear una estrategia de competencia económica que vaya más allá de la confrontación comercial clásica. La gran mayoría de los analistas coinciden en que aislar a China y bloquear su progreso económico no será posible; Estados Unidos necesita mejorar la educación técnica, dinamizar las inversiones en infraestructura y reforzar el tejido productivo doméstico
En este nuevo marco, la guerra tecnológica es el verdadero campo de batalla. El control de las tecnologías disruptivas definirá el equilibrio de poder global. Estados Unidos mantiene una ventaja en investigación básica y capacidad de innovación, pero China avanza rápidamente y domina en la escalabilidad industrial y en la adaptación rápida de nuevas tecnologías al mercado.
La diferencia de crecimiento en este primer trimestre no es solo una cuestión de cifras: es un síntoma de la transición económica y geopolítica que está redefiniendo el nuevo orden global. Aunque Estados Unidos cuenta con capacidades tecnológicas importantes, su incapacidad para traducirlas en un crecimiento inclusivo y sostenido, pone en riesgo el mantenimiento de su liderazgo económico y político en un mundo cada vez más competitivo y multipolar. Esta incertidumbre está alimentada por la polarización política interna, las dificultades para ejecutar políticas industriales de largo plazo y la falta de consenso sobre cómo afrontar los problemas estructurales. Estados Unidos está en camino de ceder no solo espacios económicos, sino también la influencia política que ha caracterizado su hegemonía durante el último siglo.
Mientras tanto, China sigue una estrategia paciente, invirtiendo en su resiliencia económica, tecnológica y diplomática. A través de políticas de largo plazo, alianzas bilaterales y un enfoque sistemático en sectores de futuro como la inteligencia artificial, las energías renovables y las finanzas digitales, Beijing consolida su posición central en la nueva configuración mundial. La guerra comercial y tecnológica de 2025 no es una confrontación pasajera: es una reconfiguración profunda del poder mundial, donde la velocidad de adaptación, la capacidad de innovar y la visión estratégica serán los factores decisivos. En este escenario, la paciencia estratégica de China, combinada con su apuesta por la autosuficiencia y la integración regional, están redefiniendo la geopolítica global de las próximas décadas.