El 24 de febrero de 2022 el mundo occidental se alarmó por la invasión rusa de Ucrania. Las organizaciones internacionales, como la UE, la ONU, impusieron numerosas sanciones contra Rusia y la condenaron enérgicamente; los gobiernos de los países occidentales condenaron al gobierno ruso y mostraron su apoyo al ucraniano, y los ciudadanos también se alarmaron y rápidamente mostraron su gran solidaridad con el pueblo ucraniano. No obstante, nadie se remonta al origen de todo: el Maidán, término que se refiere al golpe de estado dado en Ucrania en 2014, organizado por Victoria Nuland, subsecretaria de Asuntos Europeos de EE. UU. Se publicó la conversación privada entre Nuland y el embajador de EE. UU. en Kiev, Geoffrey Piatt, afirmando que había que cambiar el gobierno de Ucrania, a lo que Nuland dijo “Fuck the EU”.
El Maidán, con Zelensky, se basó en una política furibundamente antirrusa, cuando en las últimas elecciones democráticas de Ucrania, en 2010, ganó el candidato prorruso Viktor Yanukovich. Además, el este de Ucrania es esencialmente prorruso y por ello quiso conservar la lengua rusa, la religión ortodoxa rusa y todas sus costumbres y tradiciones rusas. No obstante, las políticas del Maidán pretendieron eliminar todo rastro de lo ruso en Ucrania e incluso prohibir hablar ruso y practicar la religión ortodoxa rusa. A ello los ciudadanos respondieron con protestas prorrusas en Donetsk, Lugansk, Mykoláiv, Odesa, Járkov y el Dombás, a lo que el gobierno de Zelensky respondió con violencia, sobre todo en el Dombás, donde acabaron muriendo 10 000 ciudadanos ucranianos prorrusos. Además, el Maidán también se basa en el culto a los héroes nacionales: Bandera, Sukhevic y Konovalets, que en realidad fueron dirigentes nazis que lucharon junto a Hitler y llevaron a cabo auténticas matanzas de judíos en territorios como Polonia. Resulta una auténtica atrocidad que el gobierno ucraniano tenga como héroes nacionales a líderes nazis y prácticamente nadie lo condene mientras tachan de genocida a Putin e incluso lo comparan con Hitler.
Asimismo, la OTAN propuso que Ucrania entrase en ella con la principal intención de provocar a Rusia, a lo que esta contestó que no le importaba si era sin bases militares, pero Stoltenberg, el secretario general de la OTAN, dijo que Ucrania entraría con todo (esto es, con bases militares y armamento), a lo que Putin obviamente se opuso. Sorprende que se hayan producido tantas quejas sobre esto cuando es una situación muy similar a la crisis de los misiles de Cuba en 1962, en la que EE. UU. estaba dispuesto a iniciar una guerra nuclear si no se retiraban los misiles soviéticos. Lo cierto es que esta práctica es muy común en diplomacia, y es que si una potencia hegemónica como es Rusia, con 12 husos horarios, pide que no pongan la OTAN con bases militares en sus fronteras, lo que resulta totalmente comprensible, lo lógico es no ponerlas, a no ser que se pretenda iniciar una guerra. Se trata básicamente de provocación. La estrategia de EE. UU. se basaba en que si Rusia no hacía nada, podían poner bases de la OTAN hasta en sus propias fronteras; si, por lo contrario, contraatacaba, la arruinarían a base de sanciones de todos los países occidentales. No obstante, su estrategia no ha resultado muy fructuosa, pues desde la guerra las sanciones no han desestabilizado tanto a Rusia: todo el gas que no vende a Europa se lo vende a China y a India con un 30 % de descuento. Mientras tanto, los países centroeuropeos, que dependían totalmente de Rusia para las provisiones de gas, se lo compran a EE. UU. al triple de precio. Por ello, Alemania ha perdido casi el 5 % del PIB, aparte del escándalo del Nord Stream 2, de cuya destrucción todo el mundo en Occidente culpó a Rusia, cuando era evidente que no pudo haber sido Rusia, pues iba en contra de sus propios intereses, y ahora ya se ha demostrado que los responsables fueron ucranianos y que tanto el gobierno ucraniano como el estadounidense estaban informados del ataque.
Además, lo evidente en este asunto es que los países no occidentales se han negado a sancionar a Rusia o simplemente se han abstenido, cuando Occidente esperaba lo contrario. No obstante, si se analiza detenidamente, era de esperar, pues actualmente sus aliados geopolíticos son China y Rusia, no EE. UU. y Europa, ya que potencias como China les ofrecen acuerdos económicos mucho más favorables, como la construcción de puentes y medios de transporte en África o la compra de materia prima como soja y carne de vacuno en América Latina. Un claro ejemplo de esto es la cantidad de países no occidentales que se han unido y han solicitado unirse a los BRICS+, y es que han observado que les resulta mucho más beneficioso unirse a estas potencias. EE. UU. ha acusado a Rusia, entre otras cosas, de tener un área de influencia demasiado extensa. Resulta, cuando menos, curiosa esta acusación, cuando es precisamente EE. UU. el país con la mayor área de influencia del mundo, Latinoamérica, gracias a la Doctrina Monroe, por la que la intervención de cualquier país extranjero en América se vería como un acto de agresión. Por ello, EE. UU. han usado a América Latina como su «patio trasero» para llevar a cabo sus estrategias económicas y políticas.
Resulta sorprendente que los líderes occidentales defiendan que se gasten más de 10 000 millones de euros al año del dinero de los ciudadanos en «justicia», «libertad», «democracia» y valores occidentales en Ucrania, que ni es una democracia ni representa los valores occidentales. Lo cierto es que, desde que empezó la guerra, mueren 15 000 ucranianos al mes y la edad para ir a la guerra cada vez va bajando más, hasta el punto de que se ve a auténticos niños ir a luchar e incluso ya tienen que ir las mujeres a combatir. Una tragedia humanitaria. Si se niegan a ir a la guerra y huyen, el gobierno ucraniano ha usado medios de tortura, al igual que lo ha usado con periodistas contrarios al régimen. No obstante, los líderes occidentales siguen defendiendo que la guerra se prolongue hasta un tiempo indefinido, cuando si es así, con esa cifra de muertos al mes, no va a quedar ningún ucraniano vivo. Once partidos de la oposición están prohibidos en Ucrania y Zelensky ha prohibido las elecciones presidenciales previstas para marzo de 2024. En Ucrania todos los medios de comunicación están sincronizados y no se permiten reportajes de periodistas críticos con el gobierno. Los asesinatos políticos son frecuentes en Ucrania (según los protocolos del Centro Federal de Educación Política). La compra de personas para el servicio militar es tan frecuente en Ucrania como en Rusia. El tipo y la frecuencia de los crímenes de guerra ucranianos son iguales a los competidos por Rusia, excepto el uso indebido de instalaciones humanitarias protegidas por el derecho internacional de la guerra como escudos para las tropas combatientes, que solo se produce en el bando ucraniano (según el informe de la OSCE de 29 de junio de 2022). Además, resulta esencial informar de que poco después de que empezara la guerra Ucrania y Rusia se sentaron a negociar para llegar a un acuerdo de paz y, una vez concluido, con el que se acordó la paz entre ambos países y que Ucrania mantendría todo su territorio con la única condición de que Ucrania no entrase en la OTAN, llegó Boris Johnson, mandado por EE. UU., para impedir ese acuerdo y que hubiese guerra. Otro dato interesante es que, durante el Maidán, ciertos territorios ucranianos prorrusos, el Dombás y el Donetsk, solicitaron a Putin la anexión de estos territorios a Rusia, y Putin se negó, porque resultaría una provocación, pero les propuso la autonomía.
Resulta, cuando menos, sorprendente que EE. UU., como potencia hegemónica mundial, tenga esta estrategia tan belicista y provocativa, cuando lo lógico es que una potencia hegemónica siempre vele por la paz, pues es lo más beneficioso para todos, y así lo podemos observar a lo largo de la historia. EE. UU. también rechazó siempre la Ostpolitikalemana, que consiste en convivir en paz con Rusia, pues ellos quisieron siempre el enfrentamiento, ya que según su perspectiva no era nada beneficioso para ellos que Rusia y Alemania fueran aliados; así EE. UU. no podrían controlar Europa de la manera en que lo están haciendo. También quisieron provocar a China con Taiwán, cuando saben perfectamente que precisamente ese es un tema especialmente sensible para China, pues una de las ideas principales de la cultura china es la unidad nacional, además de que según el derecho internacional Taiwán es China y pertenece a China.
En la actualidad también podemos observar que la política de paz siempre es más beneficiosa que una belicista en potencias como China, cuya estrategia de política exterior es totalmente contraria a lo belicista y, en lugar de esa estrategia tan contraproducente, es siempre partidaria de acuerdos comerciales y económicos favorables y de mejorar constantemente tanto en innovación tecnológica, pues es el país líder en nuevas tecnologías e informática, como en educación, ya que se esfuerza continuamente por tener las mejores universidades y centros de formación y en que sus ciudadanos tengan una formación brillante en todas las áreas de especialidad. Este sería el modelo de política exterior que habría que seguir. Hay numerosas pruebas de que los resultados son fructuosos, pues en las últimas dos décadas, gracias a estas políticas, China ha avanzado a pasos agigantados y ha pasado de ser un país, en el siglo pasado, con grandes niveles de pobreza y atraso tecnológico, económico y urbano, a convertirse en una gran potencia mundial que en cuestión de aproximadamente diez años superará a Estados Unidos. Ojalá el gigante norteamericano, con los grandes expertos en relaciones internacionales y geopolítica que ha tenido, como Henry Kissinger, pueda reorientar su política exterior, porque con esta estrategia tan violenta no solo destrozan el mundo, sino que llevan al fracaso también a uno de sus mayores aliados: la Unión Europea, que debería tener su propia estrategia de política exterior y no seguir viviendo del Plan Marshall y anclada en el siglo pasado haciendo todo lo que le manda Estados Unidos.