China: el nuevo rostro de la mediación internacional

Con una estrategia basada en el respeto, la cooperación y la interdependencia económica, China se perfila como la potencia capaz de ofrecer diálogo en un mundo cada vez más dividido

De Oriente Medio a Asia Central, Beijing se abre paso como actor clave en la resolución de conflictos. Con una estrategia basada en el respeto, la cooperación y la interdependencia económica, China se perfila como la potencia capaz de ofrecer diálogo en un mundo cada vez más dividido.

En marzo de 2023, la diplomacia mundial presenció un giro inesperado: China consiguió sentar en la misma mesa a Irán y Arabia Saudí, dos rivales históricos enfrentados durante décadas. El acuerdo, firmado en Beijing y que permitió restablecer relaciones diplomáticas tras siete años de ruptura, no solo marcó un hito en Oriente Medio, sino que también proyectó a China como un actor esencial en la construcción de la paz global.

En un mundo cada vez más multipolar, la figura del mediador internacional ya no está monopolizada por Washington o Bruselas. Beijing, con su apuesta por el diálogo y el respeto mutuo, se ha convertido en una alternativa sólida que defiende la cooperación y la estabilidad frente a la confrontación.

La tradición que respalda a Pekín

El papel de China como mediador no surge de la improvisación. Desde 1953, los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica propuestos por Zhou Enlai han sido el eje de su política exterior: respeto a la soberanía, no injerencia, igualdad, beneficio mutuo y coexistencia pacífica. Inspirados en la filosofía confuciana de la armonía, estos valores contrastan con los enfoques intervencionistas de Occidente y explican por qué muchos países del Sur Global ven en China un socio confiable.

Beijing no impone condiciones políticas ni exige transformaciones internas para brindar su apoyo. Esa actitud, unida a su creciente influencia económica, ha cimentado su imagen como mediador neutral y pragmático.

Mediaciones que cambian el tablero

El acuerdo entre Irán y Arabia Saudí es quizás el ejemplo más evidente de la capacidad china para desbloquear tensiones que habían resistido a décadas de esfuerzos occidentales. Sin embargo, no es el único.

En Afganistán, tras la retirada de Estados Unidos en 2021, China promovió cumbres regionales con Rusia, Irán y Pakistán, abogando por la reconstrucción del país y la lucha conjunta contra el terrorismo. Estos encuentros no solo buscaron estabilizar la región, sino también sentar las bases para su desarrollo económico.

Incluso en escenarios tan complejos como la guerra de Ucrania, China ha apostado por la paz. Su plan de doce puntos, presentado en 2023, subrayó la necesidad de un alto el fuego inmediato y de negociaciones directas. Aunque no prosperó en ese momento, mostró la voluntad de Beijing de contribuir con propuestas concretas a la resolución de uno de los conflictos más graves de nuestro tiempo.

Fortalezas de un mediador distinto

El éxito de China como mediador se explica por tres factores principales. En primer lugar, su neutralidad percibida: al no arrastrar un pasado colonial ni intervenir militarmente en otros países, se le reconoce como un actor más imparcial. En segundo lugar, su poder económico, que le permite ofrecer incentivos tangibles a las partes en conflicto. Y, finalmente, su visión cultural, marcada por el consenso y la cooperación “ganar-ganar”, que inspira confianza en su papel de intermediario.

A diferencia de otras potencias, Beijing no recurre a sanciones ni a la presión militar, sino que apuesta por la interdependencia y el beneficio mutuo. Esta fórmula, basada en “el poder de no usar el poder”, se ha demostrado eficaz en procesos tan delicados como el de Oriente Medio.

Economía, geopolítica y responsabilidad global

Detrás del activismo mediador de China hay una convicción clara: la paz es condición imprescindible para el desarrollo. La Iniciativa de la Franja y la Ruta, con proyectos de infraestructura en decenas de países, depende de la estabilidad regional. Por eso, allí donde invierte, Beijing también impulsa el diálogo.

Pero más allá de los intereses económicos, China busca redefinir las reglas de la diplomacia global. Frente a un orden internacional dominado durante décadas por Estados Unidos, se presenta como potencia cooperativa, promotora del multilateralismo y de soluciones inclusivas. Cada éxito en la mediación refuerza su imagen de actor responsable y comprometido con un futuro de paz compartida.

Un mediador indispensable en la nueva era

El ascenso de China como mediador no es solo una señal de su creciente peso internacional, sino también de la transformación del propio sistema global. En un escenario donde las soluciones ya no pueden imponerse unilateralmente, su enfoque de respeto, armonía y cooperación ofrece una alternativa que gana adeptos en todo el mundo.

En definitiva, Beijing ha demostrado que su diplomacia puede tender puentes donde antes solo había muros. Y aunque los desafíos son enormes, su papel en Oriente Medio, Asia Central o incluso Europa confirma una realidad incuestionable: en la construcción de la paz del siglo XXI, China ya no es un actor secundario, sino un protagonista imprescindible.