Estados Unidos y la nueva guerra comercial ¿será el fin del mundo unipolar?

Con el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos, la geopolítica mundial enfrenta un nuevo punto de inflexión. Sus políticas, marcadas por el lema «America First», ya han comenzado a alterar las relaciones internacionales y los complejos equilibrios que han regido la economía global desde la Segunda Guerra Mundial. La tensión en el escenario comercial es apenas la primera señal de un cambio que amenaza con alterar profundamente el (des)orden global.

El enfoque de Trump no es nuevo. Durante su primer mandato (2017-2020), ya había adoptado una visión “transaccional” de las alianzas internacionales, lo que generó choques con socios tradicionales y avivó las tensiones con rivales estratégicos. Ahora, esa misma lógica se traslada a una nueva escalada comercial que afecta a China y otros socios estratégicos.

Los hechos

El pasado 1 de febrero, la Administración Trump emitió varias órdenes ejecutivas para imponer nuevos aranceles a las importaciones de Canadá, México y China (web de la Casa Blanca, Fact Sheet: President Donald J. Trump Imposes Tariffs on Imports from Canada, Mexico and China, 1 de febrero de 2025).

Esta medida, ejecutada bajo la denominada “Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional” (International Emergency Economic Powers Act, IEEPA), marca un cambio significativo en la política comercial de Estados Unidos. Canadá y México sufren la peor parte, aranceles del 25% a la mayoría de las importaciones (con una tasa del 10% a la energía canadiense). Por su parte, China, recibe aranceles del 10% a todas las importaciones.

Además, el gobierno estadounidense ha suspendido el acceso a los beneficios de la Sección 321 del proceso aduanero, afectando directamente a plataformas chinas de comercio electrónico como Temu, Shein y AliExpress, cuyos envíos menores a 800 dólares ahora serán gravados.

Los aranceles permanecerán en vigor indefinidamente, hasta que Trump decida eliminarlos. Es posible que en las próximas semanas se produzcan nuevos aumentos de los aranceles por parte de Estados Unidos y los países afectados. Las órdenes establecen que Trump podría aumentar aún más los aranceles si Canadá, México y China toman represalias.

Estas acciones ilustran la disposición de la nueva Administración a usar aranceles agresivamente para presionar a otros países en diversas disputas políticas que van más allá de las preocupaciones tradicionales de política comercial, independientemente de los costes económicos y diplomáticos. Históricamente Estados Unidos, incluso durante el primer mandato de Trump, había reservado típicamente el uso de aranceles para disputas comerciales. Sin embargo, Trump está adoptando ahora un enfoque expansivo, tratando los aranceles como una herramienta general para abordar cualquier disputa de política exterior.

El nuevo proteccionismo estadounidense no solo redefine las relaciones comerciales, sino que también pone en entredicho los compromisos asumidos en acuerdos como el T-MEC. Este cambio de rumbo comercial deja una pregunta fundamental en el aire: ¿podrá Estados Unidos mantener su posición hegemónica en un mundo cada vez más multipolar?

Una perspectiva histórica necesaria

El declive de la supremacía económica estadounidense es un fenómeno que se ha venido gestando en las últimas décadas. En el año 2000, el comercio total de bienes de Estados Unidos superaba en cuatro veces al de China. Sin embargo, entre 2000 y 2024, mientras el comercio estadounidense crecía un 167%, el de China aumentaba en un asombroso 1.200%, superando a su contraparte norteamericana en 2012. En 2024 Estados Unidos importó de China bienes por importe de 438.947 millones de dólares, pero solo exportó al país asiático mercancías por 143.546 millones, con lo que el déficit comercial fue de 295.402 millones (dataset del U.S. Census Bureau, Trade in Goods with China).

La comparación entre el G7 y los BRICS es también muy elocuente. En 1994, los países del G7 representaban el 45,3% de la producción mundial, mientras que los BRICS apenas sumaban el 18,9%. Treinta años después, la situación se ha invertido: los BRICS producen el 35,2% de la riqueza global, mientras que el G7 ha caído al 29,3%. La participación de Estados Unidos en la economía global ha disminuido y, aunque sigue siendo un actor fundamental, su capacidad de imponer reglas unilaterales ya no es absoluta. Actualmente, China es el socio comercial más importante para gran parte de Asia, Europa del Este, Oriente Medio y América del Sur, desplazando a Washington como principal actor económico global.

Ambos indicadores reflejan una transformación económica global que los estrategas estadounidenses no han sabido admitir a tiempo. Algunos autores como Fareed Zakaria sí vislumbraron este escenario en el lejano 2008, en su obra The Post-American World. Pero para Zakaria el ascenso de nuevas potencias, especialmente China e India, aunque desplazaría efectivamente el dominio absoluto de Estados Unidos, no significa que necesariamente conlleve un declive catastrófico para el hegemón. Argumenta que Estados Unidos podría seguir manteniendo un papel central en el mundo si es capaz de adaptarse al nuevo contexto global, en lugar de insistir con posiciones maximalistas, proteccionistas y aislacionistas. Este enfoque observa la multipolaridad como una oportunidad para la estabilidad global, siempre que Estados Unidos aprenda a liderar sin imponer su hegemonía. Claramente, Trump no va por la línea esbozada por Zakaria.

El intento de frenar el avance de China y proteger la industria nacional estadounidense a través de medidas arancelarias podría resultar en un arma de doble filo. Las industrias tecnológicas y manufactureras chinas han logrado un liderazgo indiscutible en sectores clave como baterías, energías renovables, 5G y nanotecnología. Mientras Washington intenta restringir el acceso de China a ciertos mercados, Pekín fortalece sus lazos comerciales con India, Rusia, África e Iberoamérica, consolidando su influencia económica en regiones antes dominadas por Estados Unidos y otras potencias occidentales.

Parece muy complicado que Estados Unidos pueda interrumpir el ascenso de China creando escenarios para que Pekín caiga en una «trampa de Tucídides», cuya hipótesis se plantea Graham Allison en su obra Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap? (2017). Además, la interdependencia comercial y la convergencia económica mundial alcanzadas en las últimas décadas y potenciada por la digitalización, como expone Richard Baldwin, en The Great Convergence: Information Technology and the New Globalization (Harvard University Press, 2016), no pueden desmontarse tan fácil ni rápidamente a golpe de órdenes ejecutivas desde el despacho oval.

Paradójicamente, en este contexto, el unilateralismo de Trump podría acelerar, en lugar de frenar, la pérdida de influencia de Estados Unidos. Si Washington insiste en doblar la apuesta proteccionista sin considerar los cambios estructurales de la economía global, podría terminar cediendo a China, India, Rusia y otros actores un protagonismo que no estaba en sus planes.

La transformación económica global y la estrategia de China

La primera guerra comercial de Trump (2018-2020) enseñó a China que la fase de alto crecimiento económico, basado en ventajas comparativas y competitivas tradicionales, había llegado a su fin. Asimismo, el resurgimiento del proteccionismo en Estados Unidos, que ha venido para quedarse con el segundo mandato de Trump, podría haber acentuado la tendencia a la desaceleración económica del país asiático. No obstante, la culminación del XIV Plan Quinquenal de Desarrollo Económico y Social (2021-2025) presentan una oportunidad para avanzar hacia la madurez económica.

En este sentido, la aceptación del final de la fase de gran crecimiento marca la transición de China hacia la siguiente etapa de su modelo de desarrollo económico, en un contexto que no había previsto inicialmente. Si bien la primera guerra comercial (2018-2020) representó un obstáculo significativo, también ha ofrecido a China la posibilidad de reafirmar sus estrategias económicas con el propósito de fortalecer su trayectoria de desarrollo y prevenir los riesgos que surgirán en esta segunda guerra comercial que está iniciándose. Sobre este punto, resulta de interés el trabajo de González García, “Causas, evolución y perspectivas de la guerra comercial para China” (Análisis económico, Vol. 35, Nº 89, 2020, pp. 91-116).

De hecho, es probable que la participación de China en la producción mundial alcance un máximo de alrededor del 20% durante la próxima década y luego disminuya un poco, a medida que disminuya la población china. Tampoco desde Pekín se busca un liderazgo hegemónico al estilo estadounidense. No es el modelo confuciano en el que descansa el mandarinato de Pekín. Además, simultáneamente, es probable que otras partes del mundo, en particular la India y África, muestren un gran aumento en sus respectivas cuotas de producción mundial y, con ello, también en su peso geopolítico.

Estamos, pues, entrando en un mundo post-hegemónico y multipolar lleno de incertidumbres, tanto por el proceso de convergencia antes descrito como también por la resistencia del hegemón occidental a dejar de serlo. Parece lógico que Trump no quiera llevar a Estados Unidos por la senda del declive de la Vieja Europa. Si quiere ser creíble ante su electorado, debe explorar una estrategia alternativa para evitar recorrer la misma decadencia que las otrora grandes potencias europeas. No olvidemos que la Pax Americana se levantó sobre los escombros del Imperio Británico.

La redefinición del orden mundial

Los próximos meses serán clave para entender el alcance de esta guerra comercial y sus efectos en la economía mundial. Y lo que puede ser más determinante: si este unilateralismo y neoproteccionismo estadounidense puede ser un catalizador definitivo del cambio del orden mundial.

En ausencia de certezas que nunca existen en el plano de la geopolítica, sí se avizoran varios escenarios -algunos transitorios- como el que ya estamos asistiendo a propósito de la ruptura por el propio hegemón de los frágiles consensos globales como el que auspició el marco multilateral de la Organización Mundial del Comercio. O podría conducir a un mundo en el que las grandes potencias aprendan a ejercer tolerancia mutua, moderación e incluso cooperación, porque reconocen que sólo el arte de negociar mantendrá al mundo seguro.

El contexto internacional que se perfila no será necesariamente liderado por una nueva hegemonía, sino que podría adoptar una estructura más multipolar o policéntrica, en la que distintas potencias reconocen las respectivas áreas de influencia y zonas de seguridad de cada una y comparten el poder económico y político global. La incógnita de fondo está llamada a despejarse más pronto que tarde: ¿puede Estados Unidos reinventarse en este nuevo orden global multipolar que ha emergido o está condenado a perder su liderazgo ante el ascenso de China y de los BRICS, en paralelo al hundimiento de Europa?

La historia siempre está en proceso de escritura. No hay supremacías absolutas, incondicionales ni perpetuas. El orden mundial de 1945 (unipolar a partir de 1991) está prácticamente finiquitado.

* Pablo Sanz Bayón ha sido Visiting Researcher en China-European Union School of Law (CESL), centro adscrito a China University of Political Science and Law (CUPL) (Pekín, marzo-mayo, 2016) y ha impartido docencia y realizado actividades de investigación en la University of International Business and Economics (UIBE), con sede en Pekín, en los años 2017, 2019 y 2021. Asimismo, ha sido ponente invitado en el “2nd International Forum on Cross-Border E-Commerce and Dispute Resolution”, celebrado en Zhejiang University (Hangzhou, 2018).