China ha logrado posicionarse geopolíticamente frente a Estados Unidos en América Latina durante los últimos 25 años, siendo la geoeconomía la principal causa de su creciente influencia en la región. Hoy en día, ya no es necesario invadir países con la fuerza militar para influir políticamente en un determinado espacio territorial. En términos generales, la geoeconomía analiza cómo la geografía, la economía y la política interactúan para influir en el poder de los Estados, utilizando herramientas económicas (como el comercio y la inversión) para alcanzar objetivos geopolíticos. En otros tiempos, el poder coercitivo y la fuerza militar eran los medios por los que las potencias obtenían territorio; hoy, la coyuntura es distinta: la geoeconomía se ha convertido en la herramienta fundamental para el posicionamiento geopolítico.
Al entrar el segundo milenio, las relaciones sino-latinoamericanas se intensificaron gracias a una mayor cooperación comercial. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en el año 2000 solo el 1 % de las exportaciones latinoamericanas tenían como destino China; para 2023, esta cifra ascendió al 14 %. En particular, Sudamérica tiene a China como su principal socio comercial, mientras que México, Centroamérica y el Caribe mantienen una relación más estrecha con Estados Unidos. Sin embargo, en los últimos años (como consecuencia de la guerra arancelaria entre China y Estados Unidos, así como del proteccionismo comercial impulsado por Donald Trump en 2017 y continuado por Joe Biden y, posteriormente, en la segunda gestión de Trump), el gigante asiático ha incrementado su presencia comercial en diversas regiones latinoamericanas.
México, la segunda potencia económica más importante de América Latina después de Brasil, ha aumentado significativamente su cooperación comercial con China en los últimos años. En 2020, China ocupaba el cuarto lugar entre los socios comerciales de México. La pandemia y la política proteccionista de Trump marcaron un punto de inflexión que aceleró el comercio bilateral. Dado que las mercancías producidas en México están exentas de aranceles al exportarse a Estados Unidos por el tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá (mejor conocido como T-MEC), muchas empresas chinas aprovecharon la oportunidad de relocalizar sus fábricas en territorio mexicano para evitar los aranceles que habrían enfrentado si exportaran directamente desde China. Debido a esta situación, China es actualmente el segundo socio comercial de México.
Asimismo, grandes proyectos de infraestructura en construcción en América Latina (como el puerto de Chancay en Perú y el metro de Bogotá en Colombia) son financiados y ejecutados por empresas chinas. Esto se debe a que ambos países forman parte de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), de la cual participan 22 de los 32 países de América Latina. La IFR constituye el proyecto insignia de desarrollo económico de China. Según el presidente Xi Jinping, esta iniciativa es “una red de intereses compartidos que se origina en China, pero pertenece a toda la humanidad”.
A diferencia del imperialismo estadounidense, China no busca imponer su sistema político ni su ideología, ni pretende condicionar su apoyo económico mediante medidas draconianas. Su objetivo es, simple y llanamente, promover la reciprocidad económica en beneficio mutuo de los pueblos.
Por otro lado, el nuevo regionalismo surgido en Sudamérica durante la primera década de los 2000 (impulsado por los gobiernos progresistas de Argentina, Brasil y Venezuela en el marco del MERCOSUR) generó un rechazo a la injerencia económica de Washington, que intentaba promover el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) para continuar la relación económica con sus socios latinoamericanos a través de un neoliberalismo exacerbado. Como consecuencia, las relaciones comerciales entre los países del MERCOSUR y Estados Unidos disminuyeron, mientras que las exportaciones e importaciones sudamericanas encontraron pronto un socio confiable que, a diferencia de Estados Unidos, no se inmiscuía en los asuntos internos ni condicionaba su apoyo financiero: China.
Además, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 provocaron que la política exterior estadounidense se enfocara en Medio Oriente, relegando a América Latina, que en otros tiempos había sido su principal zona de influencia política y económica.
Un artículo de Francisco Urdínez, publicado en la revista especializada en asuntos internacionales Foreign Affairs, titulado “China y el fin de la primacía estadounidense en Latinoamérica”, señala una correlación entre la intensidad del vínculo económico de los países latinoamericanos con China y sus patrones de votación en foros multilaterales. Analizando los comportamientos de voto en la Asamblea General y el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, así como en la Organización de los Estados Americanos (OEA), Urdínez demuestra que el fortalecimiento de los lazos económicos con China reduce significativamente la alineación de los países latinoamericanos con las posiciones estadounidenses. La geoeconomía, en consecuencia, se consolida como la principal causa del ascenso geopolítico de China.
Una cosa es evidente: el antiguo orden mundial ha llegado a su fin. Hoy existe un nuevo orden en el que Estados Unidos ha dejado de ser la potencia indiscutible. Las agendas económicas de los países latinoamericanos muestran cada vez más coincidencias con China que con Estados Unidos.


