Xinjiang no son solo más de 1,6 millones de kilómetros cuadrados, sino que tras la historia de esta histórica región china, la más grande del país y convertida hoy día en el principal punto de conexión de China con Europa y Asia central, se encuentra una sociedad en la que coexisten diferentes culturas, religiones y grupos étnicos minoritarios, una característica especial de China, que ve en la diversidad étnica y cultural una fuerza impulsora para el desarrollo del país. Más desde una zona peculiar por su situación geográfica, con ciudades como Turpan, conocida como ‘La ciudad del Fuego’, al ser una de las zonas más calurosas de China e, incluso, del mundo, con temperaturas que pueden superar los 47 grados. Un entorno que si bien ha sufrido la pobreza extrema entre otras cosas por la falta de agua potable en algunos condados, ahora disfruta de fuertes potenciales e inversiones que buscan una vida cada vez mejor y próspera para su región más occidental, caracterizada por la convivencia de múltiples culturas y religiones.
La región autónoma Uigur de Xinjiang, que se incorporó a China bajo el Imperio Qing, se encuentra a unos 4000 kilómetros de Beijing y cuenta con más de 25 millones de habitantes, casi el 50% de ellos pertenecientes a una de las 55 minorías étnicas reconocidas oficialmente de China: los uigures, un grupo túrquico de religión musulmana. Una población castigada durante años por el terrorismo islámico que luchaba por la independencia de esta región autónoma pero que tras registrar el último atentado en 2016, ahora se encuentra en un momento de prosperidad económica gracias a la industrialización de la zona, las políticas económicas y su privilegiada situación geográfica al hacer frontera con hasta ocho países: Afganistán, India, Kazajstán, Kirguistán, Mongolia, Pakistán, Rusia y Tayikistán. Esta situación ha hecho de Xinjiang una de las regiones más importantes de China, un principal nexo de conexión de China con Asia y Europa. Un lugar de intercambio por donde ya pasaba la tradicional Ruta de la Seda atravesando el territorio desde el este hasta el noroeste y que a día de hoy es la zona nuclear de la iniciativa de la Franja y la Ruta, conectando a China a través de cuatro corredores económicos con Mongolia, Rusia, Europa, Asia Central y Occidental y, finalmente, con Pakistán.


Una importante ruta comercial en la que desde sus inicios han convivido diferentes culturas y religiones, lo que provocó durante años situaciones de fuertes tensiones al buscar hacerse con el control de una de las regiones más grandes de China pero que, debido a su climatología extrema -inviernos muy fríos y veranos con temperaturas superiores a los 40 grados- su tierra habitable, donde se trasladó a mucha población Han, no supera el 10% del territorio. De esta forma, desde los años 90 y hasta 2016, los separatistas y extremistas uigures acometieron centenares de atentados e incidentes terroristas, tratando de dividir a una población que se ha caracterizado desde el principio de los tiempos por la coexistencia de muchas religiones en un mismo territorio. Islamismo, Budismo, Taoísmo, Cristianismo, Catolicismo, religión ortodoxa y otras religiones conviven en unas ciudades que cuentan con casi 25.000 lugares para actividades religiosas, de los cuales 24.400 son mezquitas, 227 iglesias cristianas y 26 iglesias católicas.
Aún así, a principios del siglo XX, los separatistas y extremistas religiosos de dentro y fuera de China difundieron que las culturas étnicas de Xinjiang no eran la cultura china y que el islam era la única religión practicada por los grupos étnicos de Xinjiang. Por ello, llamaron a la creación del llamado ‘Turkistan Oriental’, negando la historia de China construida por todos sus grupos étnicos. Entre 1990 y 2001 se cometieron 200 incidentes terroristas, causando 162 muertos. Unas acciones que se fueron incrementando con el paso de los años, cuando en 2008, en vísperas de los Juegos Olímpicos, Urumqi, la capital, sufrió una serie de atentados, que se intensificaron en 2009 con las revueltas violentas que enfrentaron a uigures y a la etnia hans -mayoritaria en China-, causando 197 muertos. Una violencia que se trasladó a otros puntos del país como la plaza Tiananmen de Beijing en octubre de 2013.


Dada esta situación, en un territorio dividido por la cordillera de Tian Shanen en dos grandes cuencas: la de Dzungaria en el norte y la cuenca del Tarim en el sur., y que hace que la distancia entre varias de sus principales ciudades sea de dos horas de viaje en avión, Xinjiang se ha convertido en un campo clave en la lucha de China contra el terrorismo y el extremismo. Después de que bajo la etnia y la religión, extremistas religiosos utilizaran a las diferentes etnias para difundir el extremismo y acometer atentados, Xinjiang ha establecido centros educativos y de formación profesional para evitar la propagación del extremismo y proteger a los diferentes grupos étnicos de la región. Al igual que un museo en Urumqi, donde para abordar las causas profundas del extremismo, se recogen muestras de las principales acciones terroristas con el objetivo de dar a conocer lo que allí pasó y que no vuelva a ocurrir, asegurando que China, y Xinjiang en particular, “ante las amenazas reales, ha tomado medidas decididas para luchar contra el terrorismo y garantizar los derechos a la vida y el desarrollo de las personas de todos los grupos étnicos en Xinjiang”.


Y es que tal y como se observa, los grupos étnicos se han comunicado y fusionado entre sí, mientras viven, estudian, trabajan y se desarrollan conjuntamente en una región estratégica para la apertura de China al resto de mercados no solo por carretera sino por vía aérea y ferrocarriles que parten de Xinjiang y llegan, a través de diferentes rutas, a lugares como Madrid. Un viaje de 19 países y 26 ciudades de contenedores cargados de materias primas como hierro, productos químicos, maquinaria, frutos secos, productos electrónicos, utensilios, vehículos o vestimenta. Y es que si bien la región es la más alejada a un mar, cuenta con importantes recursos naturales así como extensos campos de cultivo como, por ejemplo, de algodón, produciendo alrededor del 85% del producido en China, pero también con importantes campos dedicados al cultivo de uvas, melones, frutos secos y arroz.
El agua, un bien preciado para la población
Pero las duras condiciones ambientales, que en este momento están siendo aprovechadas para el desarrollo de la región, fueron en tiempos pasados, y no tan lejanos, un problema para la población de la zona. Las altas temperaturas y el bajo nivel de precipitación provocaron fuertes momentos de sequía y falta de agua potable. Durante décadas, los 470000 habitantes del condado de Jiashi, el 98% de ellos pertenecientes a etnias minoritarias, tenían que sacar agua de un dique, a pesar de la falta de seguridad para la salud y el agua turbia. Era la única forma, en los años 90, de que la gente pudiera tener agua. E incluso al ser la única, animales y personas bebían del mismo sitio, lo que provocó numerosas enfermedades. Para prevenirlas, en 1995, se comenzó una obra de canalización. Pero como no había una fuente de agua en la superficie debido a las condiciones geográficas, muy cerca de una franja de terremoto, la única opción que tuvieron fue construir pozos muy profundos para buscar las aguas subterráneas. Aunque mejoró la situación, lo cierto es que el problema seguía existiendo, ya que cuando se producía un terremoto, bastante constante, la calidad del agua empeoraba.


No fue hasta 2019, cuando los habitantes de la zona pudieron contar con agua segura en sus casas y negocios. Con una inversión de 170 millones de yuanes, y con el apoyo del Gobierno de China, se realizó lo que se llamó la obra de seguridad para el agua potable, un proyecto por el cual el agua llega a los habitantes procedente del glaciar del monte Muztagata, situado a 112 kilómetros del condado a través de 17 plantas de agua y unos tubos de 160 kilómetros. La obra, a pesar de la envergadura del proyecto, pero la importancia para la población, se terminó en solo un año, creando más de 500 puestos de trabajo y consiguiendo sacar de la pobreza a miles de personas, que dejaron de sufrir enfermedades y han pasado a tener una vida digna gracias a un programa que forma parte de la estrategia nacional china para mejorar los servicios básicos y erradicar la pobreza.
Su climatología extrema, a pesar de todo, y su vasto desierto han hecho de Xinjiang también un campo diferencial para la producción de energías renovables, como la eólica, al contar con uno de los proyectos más innovadores y avanzados del país por su recién integración con grandes sistemas de almacenamiento inteligente. Está diseñado para generar 1GW, almacenar 300 MW/1.2 GWh, abastecer cientos de miles de hogares, reducir la quema de carbón y servir de modelo en la expansión de energías limpias en China.


Aunque gracias a la climatología y al terreno, Xinjiang también cuenta con un centro de prueba de vehículos nuevos en condiciones extremas. Situado en Turpan, el centro, que cuenta con una instalación de 23 kilómetros cuadrados está destinado a evaluar vehículos bajo condiciones de calor extremo (hasta 83 grados) y baja humedad. Un circuito en el que se prueban cada año 1200 vehículos de combustión y 400 vehículos eléctricos de diferentes empresas mundiales, lo que supone un buen examen para el desarrollo de los nuevos vehículos eléctricos ligado con el continuo aumento de la temperatura global.

